Pero ahora ella había muerto en un absurdo accidente de tráfico, y no podía hacer nada para recuperarla.
Esta vez fue don Pedro quien entró en el bar.
—Imbécil, mira en tu chaqueta —masculló entre dientes, y me abrazó como nunca lo había hecho. Dejó un sobre encima de la barra antes de marcharse. Yo estaba completamente borracho.
Dentro de la carta hallé un pasaje a Argentina y una dirección, y en el bolsillo de mi chaqueta, el anillo de Marisa.
Al fin comprendí lo ocurrido. Marisa Caldás sólo quería saber cuánto la amaba. Necesitaba no sentirse sola al dar aquel paso. Estaba en lo cierto: tenía pensado cada detalle; y me dejó una prueba para que supiese la verdad al leer la noticia. Sin embargo fui un necio y no supe verla: el cuerpo encontrado en el coche no era el suyo, se trataba de una réplica, como la alianza.
Todavía me quedaba tiempo para intentar convertirme en algo parecido a una persona. Debía coger un barco.
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