domingo, 22 de junio de 2008

El Escondite

Primero le tocó esconderse al joven. Tenía tantas ganas de ser encontrado que dejó que las huellas y sus risas le guiasen rápido hasta él.
Luego le llegó el turno al Amor..., y el joven aún sigue buscando.

Niñocactus

jueves, 19 de junio de 2008

Palabras

Él no lo sabía pero allí, escondidas en el libro, aguardaban las palabras que le diría la primera vez que la viese. Y después de aquellas, todas las demás, siempre nuevas, a ratos inventadas con guiños y besos... Y él, ingenuo, sin saberlo al comenzar... "¿Encontraría a la Maga?"

Niñocactus

lunes, 16 de junio de 2008

Sin Alas (Relato a una voz)

Perdone, no puedo dejarle ahí tirado. Ya lo siento, ya..., pero, ¿sabe?, tengo que barrer toda la calle y, bueno, sólo me queda este rincón. Si es para dormir le recomiendo el portal del número ocho ahora no vive nadie y estaría más resguardado. Además, allí no entran los perros y no huele a meados... [...]
Claro que le ayudo... A ver, deme la mano. Si quiere le invito a desayunar. Bueno, en cuanto haya terminado con este hueco, pero será cuestión de segundos. Vivo dos calles más allá, ¿sabe?, y no me gusta demasiado lo de tomarme el café solo. Bueno, solo de compañía, se entiende, porque el café cuanto más negro mejor... Como los ojos, ja, ja... [...]
Pero si aún no me he presentado. Menudos modales. Alejo Lantada..., bueno, José Alejo. Pero casi nadie sabe lo de José. Me lo pusieron porque nací el 19 de marzo, ¿sabe? O eso dice mi madre, aunque en le carné pone que el 4 de abril. Lo que pasó es que a mi padre se le olvidó inscribirme en el Registro. Bueno, no se le olvidó, pero celebró tanto el nacimiento de su primer hijo que la borrachera le duró hasta ese día... Y, bueno, ¿usted cómo se llama? [...]
Anda, como el chiquillo del practicante... ¿Sabe?, yo soy barrendero de vocación, y no hay muchos, no se vaya usted a creer... Es aquí, en el segundo. Cuando era niño el hombre que barría mi calle se pasaba el día silbando con una sonrisa en los ojos. Yo quería ser igual que él y, bueno, ya ve. ¿Usted a qué se dedica?, si no es mucho preguntar. [...]
¡Qué ocurrencia! Un ángel... Como si yo no supiese que los ángeles tienen alas y..., bueno, no andan durmiendo por la calle. ¿Azúcar? Aquí está. Yo no le echo, ¿sabe?, le mata el sabor. Y beba hombre, a ver si coge algo de calor que vaya una piel blanca y fría que se le ha quedado. [...]
No, no siempre viví solo. Yo no sé de muchas cosas, ¿sabe?, pero del amor menos. A veces es demasiado complicado, y no por el amor, no se vaya usted a creer, sino por el querer, bueno, por las cosas relacionadas con el querer. La última vez que oí su voz fue por teléfono y ya va para un año que espero otra llamada..., y no dejo de esperarla... ¡Qué casualidad!, seguro que es el Juan para la partida. Pero no se vaya, y póngase otra taza. ¿Está bueno, verdad? De Costa Rica... [...]
No se lo va a creer... ¿Sabe?, es como si hubiesen escuchado mi deseo. Pero, oiga, ¿dónde ha ido? Mira que marchar sin despedirse, ¿y todas estas plumas? Serán de dormir en la calle... Bueno, bueno, ¡qué casualidad!, ha llamado...

Niñocactus

miércoles, 4 de junio de 2008

encuentros

La cucaracha esperó toda la noche agazapada debajo del sofá. Paciente. Seis horas después, como cada mañana, cuando la luz del sol comenzó a iluminar la habitación, el ser humano de pelo moreno, aún adormecido, abrió la puerta y entró en el salón.

Con una precisión matemática, fruto de años de experiencia, el insecto salió corriendo lo más rápido que sus seis pequeñas patitas le permitieron. El cálculo fue perfecto. Justo cuando el gigantesco bípedo dejaba, a su derecha, la mesa con el televisor, el pequeño animal conseguía cruzarse en mitad de su camino.

El encuentro entre el mamífero y el ortóptero produjo exactamente el efecto deseado: El primero, sorprendido por el encuentro, detuvo su paso bruscamente y lanzó un terrible alarido de pánico.

Fue en ese preciso momento, siendo poseedor de toda la atención del humano, cuando el insecto realizó el movimiento final de su ensayada coreografía: un meneo lento pero seguro de sus dos antenitas.

El humano, incapaz de soportar la visión de su minúsculo adversario, hizo lo que su instinto de supervivencia le marcó: correr lo más rápido que sus piernas le permitían, en una rápida retirada hacia la relativa seguridad de su dormitorio.

La cucaracha, sonriendo, miró hacia el pequeño agujero de la pared. Dentro, sus dos hijos, se morían de la risa mientras lo miraban con admiración.

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