domingo, 29 de julio de 2012

Zambullirse con los ojos bien abiertos

            Jaime tenía miedo al agua. Incluso cuando bebía, lo hacía a sorbitos, para así evitar ahogarse. Tal era su pavor que ni siquiera se atrevía a sollozar. Si se ponía triste, se le encogía el corazón, pero no derramaba ni una sola lágrima porque no sabía cuánto llanto podía caber en sus ojos: ¿un charco?, ¿un río?, ¿un mar?...
            Debido a eso, todos se extrañaron el día en que Jaime pidió de regalo un traje de baño.
            –También te hará falta un flotador, o unos manguitos –le dijeron sus padres.
            –No ­–siguió tranquilamente el muchacho­–, solo necesito un par de alas.

NiñoCactus

viernes, 20 de julio de 2012

Alumbrar lo cotidiano



            Martín tiene ojos de estrella porque se pasa las noches mirando al cielo.
            En el pueblo, todos hablan de él.
            –¿Cuándo sentará la cabeza este muchacho? –se preguntan. Pero al cruzarse con Martín, nadie es capaz de decírselo. Se quedan mudos, perdidos en su mirada, llena de instantáneas luminosas. Y cada cual encuentra una imagen especial para sí.
            En los ojos del joven, la maestra se ve montada en una motocicleta, recorriendo a toda velocidad carreteras llenas de curvas entre montañas escarpadas. El panadero demuele edificios inútiles y los convierte en jardines llenos de naranjos y margaritas indecisas. La mujer del lechero toca las campanas de la iglesia, componiendo sinfonías con su repique melodioso. Y el posadero se descubre como avezado constructor de ascensores para subir a las nubes.
            Martín es hacedor de sueños y no quiere guardárselos para él.
            Por eso, en el pueblo, la maestra vuela con su bicicleta camino de la escuela; el panadero añade un poco de agua de azahar a la masa de los molletes; la mujer del lechero hace tintinear las botellas durante los repartos; y el posadero pone doble de espuma al servir la cerveza.
            Allí, todos los vecinos poseen un pedacito de estrella, aunque la mayoría ni se lo imagina.

NiñoCactus

Gracias a Clara Varela por permitirme participar en su proyecto,

miércoles, 11 de julio de 2012

La Mina


El abuelo Tomás decía que cuando uno respira el polvo del carbón durante un año, se le queda la mina adentro para siempre.
–La sangre se te vuelve negra –aseguraba–, pero no todos son capaces de verlo. –Por eso quería que yo trabajase en otra cosa, que pudiese elegir mi destino.
El abuelo Tomás me contaba las verdades sin tapujos.
–Los niños saben entender las cosas como son. –Y se enfadaba cuando le hacían callar aludiendo a mi presencia.
Al abuelo Tomás le gustaba la oscuridad, y sabía ver a través de la negrura de la noche. Luego, durante el desayuno, me desvelaba las historias que allí ocurrían.
Nunca me mintió, de eso estoy seguro, pero sí se calló alguna verdad. Como cuando mi madre se cortó mientras cocinaba, y de la herida brotó un líquido negro, brillante.
Yo le interrogué con los ojos, sin embargo él no dijo nada. Tan solo arrugó la frente al confirmar que yo llevaba el pozo ya dentro.

NiñoCactus