lunes, 19 de octubre de 2020

El tiempo que germina

«Será mejor que me dé prisa», pienso y me echo a reír de aquella idea, perteneciente a un pasado que se desvaneció hace ya años. Busco algunos minutos más y cojo otros dos puñados que introduzco en mis bolsillos, haciendo hueco entre los que ya tenía guardados. Después salgo a pasear y voy dejando por el camino un reguero de segundos e instantes. Se escapan por un roto mal zurcido de la chaqueta. La tarde se va con la siembra, y queda el tiempo entre los campos de flores, en las copas de los árboles, sobre las rocas de color naranja, casi rojizo. Una hora, para aquella montaña y, el resto, para el cielo estrellado. 

Regreso a casa silbando con los bolsillos vacíos y el mundo lleno de momentos por cosechar. 

lunes, 29 de junio de 2020

Astros fugaces

«Se va a estrellar», dice mamá. Y todos corremos a la ventana. El pequeño pega su nariz al cristal y mira hacia todos lados. Todavía no tiene práctica. El resto ya lo hemos identificado: el hombre en bicicleta, el del traje color crema. Parece sacado de una película antigua, con su sombrero y su maletín. Ni siquiera va rápido aún, pero tiene un algo como de ausencia luminosa. 
Entonces ocurre: el hombre empieza a coger velocidad, su cara se vuelve brillante y un segundo después sale despedido hacia el cielo. 
Una vez pedidos nuestros deseos, es hora de volver a la tarea.

martes, 10 de marzo de 2020

Precaución poética

«Llegará pronto», piensa. Y coloca flores recién cortadas sobre el aparador de la entrada.
Después planta semillas en la jardinera del balcón, para que no se marchite la esperanza.

jueves, 20 de febrero de 2020

La biblia del fútbol

En el último minuto, el equipo de los jinetes se hizo con el esférico y avanzó hacia la portería contraria, regateando sin problema los píos ataques de la defensa. El jinete pelirrojo chutó a puerta como un cañonazo. El guardameta apenas se levantó del suelo y, mientras el balón entraba por la escuadra, se escuchó un tintineo. 
—Joder, Pedro, ¡las llaves! —le gritó Gabriel dándole un empujón. 
—Es por la imagen —respondió el portero agarrándole del brazo. 
Al final hubo que separarlos y recordarles que se trataba de un amistoso. 
El míster, preocupado, mascullaba en el banquillo: 
—Ya podéis entrenar para el Juicio Final.

martes, 4 de febrero de 2020

Amar a voces

Empezó a llorar en medio de las carcajadas que inundaron el teatro. Quienes no conocían a Rosita la miraron desconcertados. El resto ya se había acostumbrado a sus rarezas. Sobre todo Miguel.
El bueno de Miguel todavía recordaba, no sin cierto pavor, su primera cita con la joven. Aquel momento en que los ojos de su amada se inyectaron en sangre para gritarle cuánto lo quería.
La tristeza de Rosita era felicidad; su paciencia, prisa; el desánimo, euforia.
 Por ello, Miguel vivía temiendo el día del susurro. Y si, en un instante de flaqueza, se atrevía a confesárselo, ella le aullaba:
—¡TÚ ERES IMBÉCIL!

A penas pasa el tiempo

Empezó a llorar despacio. Las lágrimas, como caracoles, descendían lentamente por las mejillas de Isabel, dejando un rastro plateado.
 —Esa es la manera de hacer salir las penas lentas —le había dicho la tía Angustias.
La tía Angustias sabía de tristezas. En el pueblo todos acudían a ella para buscar remedio a los días grises. Todos, excepto Julián, que tenía una pena de niño.
—Para hacerla desaparecer —le había dicho—, tendrás que perder también una alegría de niño.
 Julián dijo que no. Isabel lloró una pena lenta. Y se abrazaron sin prisa como si nunca hubiesen crecido.