viernes, 26 de diciembre de 2008

Almohadas

No podía dormir, se me habían desvelado los ojos y las preocupaciones colgaban del techo como un móvil del que no era capaz de apartar la mirada. Empecé a descontar ovejas. Sabía de sobra que aquel desfile de peluches de lana no serviría y cuando llegase a la última estaría igual. Una..., y ninguna. Odio ser tan predecible. Me giré hacia la izquierda y me abracé a la almohada. Esa noche andaba un poco desesperado así que decidí probar suerte.

-Oye..., sé que no hablamos mucho pero..., no sé, dicen que sois buenas consejeras y... -Empecé por ahí y acabé contándole todo lo que me preocupaba. Pero nada, no hubo respuesta.

A la mañana siguiente me dirigí al Departamento de Almohadas del centro comercial.

-Perdone, sí... Mire, hace unas semanas realicé un cuestionario para adquirir una almohada personal y me temo que debe haber algún error con la que me dieron.

-¿Qué ocurre?

-Que no habla.

-No se preocupe, si sólo es eso llévese esta otra.

Esa noche no pude pegar ojo. Era imposible hacerla callar. Que estuviese tranquilo. Que si conocía a un chico que había tenido el mismo problema y al final acabó solucionándolo no sé cómo. Que si conocía otro caso que se había complicado al final, aunque luego resultó que, en el fondo, era lo mejor que podía haber pasado... Yo opté por irme al sofá. Necesitaba descansar un poco. Ella se quedó en la cama cacareando.

-Quiero mi almohada, la que traje ayer.

-¿No le fue bien la nueva? -Mi mirada con los ojos aún hinchados y enrojecidos hizo que el dependiente no terminase la pregunta-. Está bien. No hay ningún inconveniente en cambiársela.

Llegué a casa y me fui directo a la habitación. Necesitaba echarme un rato. Coloqué la almohada y dejé caer mi cabeza sobre ella. Entonces lo noté, un tímido beso en mi mejilla. Sólo recuerdo haber sonreído justo antes de cerrar los ojos. Al despertar ya había tomado una decisión.


Niñocactus