sábado, 21 de julio de 2007
Monstruos
Niñocactus
jueves, 19 de julio de 2007
Si las piedras...
Niñocactus
domingo, 15 de julio de 2007
La cuesta
Había algo bueno en eso de vivir en pendiente. Cuando algo le molestaba sólo tenía que apretarlo con fuerza hasta formar una bola compacta y echarlo a rodar.
Jamás había descendido hasta el final de la larguísima calle; tampoco había imaginado cómo sería aquel lugar.
Una tarde, al salir de su casa para sentarse a leer al sol, descubrió una pequeña pelota arrugada. Había chocado parándose al pie de los sardineles. Era oscura, asimétrica, como si fuera de papel. Se agachó para apreciarla desde más cerca. A esa distancia parecía cambiante en sus pliegues. Miró hacia arriba esperando encontrar a aquel o aquella que la había arrojado. Vio a una niña agazapada tras una puerta entreabierta.
De nuevo se volvió hacia la pelota. Alargó la mano para tocarla. Primero sintió un calambre y luego un cosquilleo comenzó a ascender por su brazo. Sus ojos se llenaron de calor y su boca de frío. Un olor amarillento se instaló en su pecho. Por último comenzaron a hormiguear pasos circulares por la planta de sus pies.
Apartó los dedos y las sensaciones cesaron. La recogió en un pañuelo y se dirigió a la casa de la pequeña que le seguía observando escondida. Al llegar, aquellos ojos le miraron detenidamente. Él no consiguió encontrar alegría o tristeza, tampoco miedo ni curiosidad.
Colocó la bola en las manos de la niña. Se había vuelto brillante. Poco a poco comenzó a desaparecer y, al mismo tiempo, su cuerpecito se fue transformando, arrugando, envejeciendo. Finalmente abrió los párpados y le sonrió una mirada cansada pero llena de vida.
Cuando iba a dar media vuelta para marcharse le distrajo su imagen en el espejo del recibidor. Le pareció que un extraño le observaba.
Ella le tomó suavemente de la mano. Él se dejó guiar. Así comenzaron el descenso; el camino hacia aquello que había sido una vez.
martes, 10 de julio de 2007
Soledades
El Doctor Martín Martínez abrió su agenda. Sólo quedaba un último paciente, Fernando Fernández. Se acordaba de él. Un esquizofrénico múltiple al que había curado seis meses atrás, consiguiendo que, por fin, dejara de escuchar voces. O eso creía. La nueva visita parecía desmentir la efectividad de su tratamiento.
- Buenos días Fernando ¿Cómo se encuentra?
jueves, 5 de julio de 2007
El que espera
-Abuelo, ¿cómo está hoy?
-Mal... -un hilo de voz acompañaba a los ojos que ya no le reconocían.
Hacía tres años que se le había paralizado la mitad izquierda del cuerpo. Aunque al principio recuperó parte de la fuerza, la había ido perdiendo poco a poco. Le costaba tanto caminar que ya no quería salir a la calle.
En un rincón del cuarto la televisión hablaba sola.
-¿Qué andará haciendo la muerte que no viene? -preguntó hablándole al vacío o al tiempo...
El joven abrió la mochila y sacó un periódico.
-Mire, abuelo. El mundo está loco...
Al día siguiente lo encontró de pie con la chaqueta puesta y la gorra de cuadros en la cabeza
-Ayúdame-, le dijo -vamos a ver qué tal de día hace.
Niñocactus