El día invitaba a pasear, a salir del encierro de la casa y disfrutar de la mañana limpia y soleada. El cielo estaba más azul que nunca, como un mar en calma de aguas transparentes.
Nadie se dio cuenta de la primera gota de agua, tampoco de la segunda. Sin embargo, la tercera fue a caer en mitad del cristal izquierdo de las gafas nuevas de la señora Josefa, quien miró hacia arriba buscando a algún malintencionado que se hubiese puesto a regar justo cuando ella pasaba. Lo extraño es que, en ese momento, se encontraba cruzando la calle por el paso de cebra.
Sin previo aviso comenzó a llover. La gente levantaba la vista buscando alguna nube, pero el cielo seguía igual de despejado que a primera hora. Tal fue el asombro generalizado que nadie aceleró el paso ni buscó cobijo en un portal cercano. No se abrió ni un solo paraguas ni se vio capucha alguna cubriendo una cabeza.
La lluvia mojaba las caras sorprendidas de los viandantes que se habían quedado parados en mitad de calles y plazas. Unos pocos sonreían, otros buscaban arco iris y los menos cerraban los ojos disfrutando del agua. Lentamente, un grupo de nubes fue apareciendo en lo alto y la gente, al verlas, comenzó a ceñirse las chaquetas, a subir los hombros y a huir de aquella lluvia normal.
NiñoCactus