jueves, 28 de febrero de 2008

Otras lágrimas

Nadie sabía que la rosa lloraba.
Todos pensaban que eran gotas de rocío y sonreían al verlas.
Y ella, ella nunca desveló el secreto...

Niñocactus

sábado, 23 de febrero de 2008

Cárceles

Llevaba tanto tiempo dentro del globo que, cuando se deshizo el nudo, el aire no supo salir...

Niñocactus

viernes, 22 de febrero de 2008

Nueve estrellas (IX y final)

Ardexe recogía sus pertenencias para marcharse lejos de Volverin.

Era algo que había hecho miles de veces a lo largo su existencia. Pero por vez primera en toda su vida, lo hacía con lágrimas en los ojos. Por primera vez, después de mil años, Ardexe lloraba.

Sentía que con su marcha rompía algo de su interior, algo que quizás nunca podría encontrar en otro lugar. Aún así, no quería ser reconocido como lo que era y por eso, aunque con sus pasos alejara su vida del único lugar en que realmente había sido feliz, Ardexe sabía que debía marcharse.

Lo que Ardexe no recordaba es que no todo Volverin dormía durante el día. No pensó en el único habitante que, a escondidas, mientas todos dormían, disfrutaba de la luz del sol.

Por eso, por primera vez en su vida, su marcha no fue un secreto.


Así, cuando enfiló el camino que lo alejaría de Volverin, se encontró, de nuevo, con la figura de Lucas. Esperándolo, en mitad de su camino.

El segundo encuentro entre el niño y la persona más anciana sobre la faz de la tierra, duró apenas unos minutos. Lucas le contó como atraído por una extraña luz había entrado en su cuarto y como había visto, en mitad de un fuerte ronquido, a un lucero escapar por su boca y volar, lo más rápido posible, en dirección al cielo.


Ardexe no tuvo ni un segundo de incredulidad. Al momento comprendió que era él el causante de la desaparición de la estrellas. Además, con esta revelación consiguió entenderse a sí mismo. Su melancolía, su necesidad de buscar su hogar, su tristeza… En un instante todo tuvo sentido.

Comprendió que había sido el poseer todas las estrellas del firmamento lo que le había permitido tener una longevidad tan extraordinaria.

Al mismo tiempo supo que dejarlas escapar, devolverlas al cielo, supondría su propia muerte.

Ardexe tardo sólo unos segundos en tomar una decisión. Después, con un beso en la mejilla, se despidió de Lucas. Cogió sus maletas y volvió sobre sus pasos. Se acostó en el lecho. Dejó que el cansancio lo alcanzara y regaló, con su sueño, una nueva estrella al pueblo de Volverin.


Así lo hizo día tras día y año tras año. Con cada estrella, con cada regalo, iba acercándose progresiva y voluntariamente al día de su muerte.

Muchísimos años despues, el día en que la última estrella salió por su boca, desde su corazón hasta ocupar el último hueco del cielo, Ardexe murió.


Esta estrella fue la única que no huyó lo más rápido posible del cuerpo del que había sido, durante siglos, su captor. Tardó varios minutos en salir de la habitación. En ese tiempo arregló el cabello de Ardexe y suavizó su rostro y sus brazos. Dejó su cuerpo en tal estado de paz, que quién lo encontró la noche siguiente, aseguró que parecía como si antes de morir lo hubiera tocado una estrella.

Después subió y subió hasta ocupar un sitió en el firmamento. Y cuenta la leyenda que eligió uno muy especial. Decidió ser la estrella que marcara siempre el norte. Ayudando así a todos los viajeros que, al igual que Ardexe, vagan por el mundo buscando su hogar.

jueves, 21 de febrero de 2008

miércoles, 20 de febrero de 2008

Nueve estrellas ( VIII )

Esa noche hubo una fiesta en Volverin. Hacía mucho tiempo que no había nada que celebrar allí y ni siquiera los más ancianos se acordaban de cómo eran las festividades, así que hubo que improvisar.

Se sacaron los mejores manjares y los mejores vinos. Los habitantes del pueblo, embriagados por la alegría, y un poco también por los licores, bailaron a la luz de la luna, de las nueve viejas estrellas y del nuevo lucero. Todos allí festejaron la llegada del viajero, interpretando, su llegada, como un gran presagio.

Pero no sólo Volverín estaba desconcertado. Aquella segunda noche Ardexe sintió algo extraño. Se sintió como si hubiera vuelto a casa. Y para él era un sentimiento especialmente extraño, ya que nunca en toda su larguísima existencia había tenido un hogar.

Ardexe, por primera vez en toda su vida, supo lo que era la felicidad.

Al acabar esa segunda noche y comenzar el amanecer todos volvieron a sus casas. Todos se fueron a la cama soñando con el día siguiente, felices con la posibilidad de que otro lucero llegara al firmamento, esperanzados con que, a la noche siguiente, celebrarían con el extraño viajero, la llegada de una nueva estrella.

Todo Volverin soñaba alegremente, con la llegada de Ardexe. Aunque esto era así, solamente, porque ninguno de ellos podía imaginar que había sido el mismo Ardexe quién había devorado la estrella que ahora había vuelto al firmamento.

Nadie lo imaginaba pero una persona lo sabía a ciencia cierta. Durante el día, Lucas, la única persona del pueblo que estaba despierta al mismo tiempo que el sol, había visto como la estrella salía de la boca de Ardexe y, asustada, salía volando rumbo a las alturas.

Mientras Volverin, esperanzado, dormía, Ardexe estaba despierto. No imaginaba que había sido su sueño diurno el que había devuelto la estrella al firmamento y por eso recogía sus escasas pertenencias para proseguir con su interminable viaje.

lunes, 18 de febrero de 2008

Nueve estrellas ( VII )

La noche siguiente, cuando el pueblo despertó, se encontró con algo que no había visto jamás.

Había llegado un visitante.

El desconcierto inicial dio lugar a las más variadas interpretaciones. Hubo quién aseguró que su presencia era un mal presagio que, añadido a la desaparición de las estrellas, ocasionaría terribles desgracias sobre Volverin. Sin embargo y aunque las menos, hubo también voces que se levantaron en defensa de Ardexe. Gracias a ellas, convinieron en que le dejarían quedarse una semana en su compañía hasta ser capaces de descubrir sus intenciones.

Para el visitante aquella sugerencia fue de lo más satisfactoria, ya que, en realidad, él sólo pensaba pasar allí dos jornadas.

Esta primera noche trascurrió con normalidad, Ardexe aprendió las raras y nocturnas costumbres de Volverin y descubrió que, extrañamente, se sentía especialmente a gusto entre esas gentes. Aquella primera noche no sucedió nada extraordinario.

Parecía como si la visita del extraño no fuera a cambiar absolutamente nada. Sin embargo, la segunda noche, cuando el pueblo despertó después de que Ardexe hubiera dormido durante todo el día, Volverín descubrió un hecho sorprendente.

En el cielo había diez estrellas.

jueves, 14 de febrero de 2008

Nueve estrellas ( VI )

Ardexe llegó a Vólverin a plena luz del día. Las calles estaban desiertas, las casas estaban cerradas, no había niños jugando. El único sonido que rompía con el silencio era, de vez en cuando, un ronquido lejano. Ardexe recorrió el pueblo de arriba abajo. Entró en el colegio y en la iglesia. Se asomó a las dos ventanas de una casa baja y llamó, sin éxito, a otra puerta. Todos dormían y nadie le contestó.

Ardexe, encogiendo los hombros, decidió que esa era el pueblo menos interesante de todos los que había conocido durante su larguísima existencia. Por eso, sin tan siquiera pasar los dos días de rigor, decidió seguir su camino.

Justo en cuando daba la espalda al pueblo y afrontaba de nuevo el camino, una voz le retuvo.

Lucas estaba plantado en mitad de la calle.

Lucas y Ardexe hablaron durante horas, para cuando empezó a anochecer y el niño tuvo que volver a casa para no ser descubierto, Ardexe ya sentía una curiosidad enorme por las gentes de aquel lugar. Por eso, decidió quedarse, dos jornadas, con aquellas gentes.

Así fue que Ardexe se vio obligado, por vez primera en toda su vida, a dormir durante el día y a vivir durante la noche.


martes, 12 de febrero de 2008

Nueve estrellas ( V)

Lucas tenía un secreto. Era el único habitante de Vólverin que no dormía durante el día. Era perfectamente consciente de la prohibición y sin embargo siempre se levantaba antes del anochecer y, a hurtadillas, se asomaba por la rendija de su ventana.

Para poder ver la luz del sol.

Lucas amaba los colores vivos. El verde de los campos, el amarillo del trigo en verano y sobretodo el color de la piel de su madre a esa hora del día en que la rendija de la contraventana dejaba pasar un rayo de la luz del sol.

De tanto vivir durante el día, por la noche, claro, Lucas estaba agotado. El médico, completamente seguro, decía que era normal en un chico de su edad. Explicaba el color de su piel, mucho más moreno de lo habitual, como una anomalía rara, pero no preocupante.

Además, Lucas era el único habitante que miraba el camino que salía de Vólverin.

El resto de los habitantes se había acostumbrado ya a esa senda por la que nunca venía nadie, pero Lucas no.

Lucas, aunque no podría explicar el por qué, sabía que algún día vería una silueta recortándose contra el horizonte.

viernes, 8 de febrero de 2008

Nueve estrellas (IV)

Salis era un pueblo muy tranquilo. Posiblemente el más tranquilo que jamás haya existido sobre la faz de la tierra. Allí no había alcalde ni fuerza de la ley. No existían normas ni castigos por incumplirlas. Sus habitantes habían aprendido a convivir siempre en paz. Ni siquiera existía el dinero. Salis era, para alguien como nosotros, algo casi inimaginable.

En realidad en Salis había una norma. Solamente una.

Estaba completamente prohibido viajar hasta Vólverin.

Afortunadamente, todo el que llegaba a Salis se veía inundado por su tranquilidad. Por eso, por la paz interior que lograban los visitantes, nunca nadie quería marchar.

Como nadie nunca quería marchar a Vólverin, con el tiempo, dejó de ser necesario avisar a los forasteros de la única norma de la ciudad. Ese fue el motivo por el que se descuidaron. Por eso cuando llegó una persona sin casa, ni dinero, ni oficio conocido, a nadie se le ocurrió contarle la verdad.

Por eso Andrexe, el hombre que devoraba estrellas, fue el primer y único hombre que anduvo el camino que unía Salis con un pueblo al que nadie había viajado nunca.



martes, 5 de febrero de 2008

Nueve estrellas ( III )

Ardexe era el ser humano más anciano sobre la faz de la tierra. Acumulaba más de cien décadas sobre sus hombros. Sin embargo, su rostro no delataba más de cuarenta años. Por esta y otras razones era también el hombre más extraño. Ardexe no tenía casa, ni dinero, ni oficio conocido. Jamás había conocido el amor. Además parecía vivir del aire.

Ardexe no comía nunca.

Todas estas rarezas lo obligaban a viajar mucho. No le gustaba ser diferente y sólo podía ser confundido con una persona normal si estaba menos de tres días en un lugar. Por eso, durante la noche del segundo día, cuando nadie lo veía, recogía su exiguo equipaje y seguía su viaje.

Ardexe, llegaba y se marchaba siempre andando. Nunca utilizaba otro tipo de transporte. Le gustaba sentir que su vida avanzaba guiada únicamente por sus propios pies.

En realidad Ardexe no vivía del aire. Ardexe para poder sobrevivir tenía que devorar estrellas. Lo hacía mientras dormía. Las iba aspirando con su respiración rítmica, poquito a poquito. Pero eso nadie lo sabía.

Ni tan siquiera él.

lunes, 4 de febrero de 2008

Nueve estrellas (II)

En el pueblo de Vólverin no conocían la luz del sol.

Siempre se acostaban cuando empezaba a amanecer y se levantaban cuando el último rayo de luz ya había desaparecido. Ya nadie se acordaba muy bien de la razón que impulsaba tan extraño comportamiento, pero todos sabían que era su destino vivir así, que no podían romper con la costumbre. En Vólverin estaba completamente prohibido ver la luz del sol.

Por esta costumbre nocturna los habitantes de Vólverin eran los más afectados por la desaparición de las estrellas. Hacía mucho tiempo que la melancolía se había hecho la dueña de sus vidas. En Vólverin hacía meses que no se celebraba una fiesta, ni siquiera, como antaño, durante las noches de luna llena.

La otra rareza de este pueblo era que hasta él, nunca llegaba nadie.

Quizás fuera por eso, por no conocer a nadie del exterior, por lo que vivir de noche les parecía lo más normal del mundo.

En Vólverin los animales de compañía no eran perros sino topos y, en vez de canarios, guardaban pequeñas lechuzas en enormes jaulas de metal. Se cultivaban muchos cereales y campos de girasol, aunque nadie allí sabía que estos, durante el día, giraban su cuello siguiendo al sol.

O casi nadie.

viernes, 1 de febrero de 2008

Nueve estrellas ( I )

Sólo quedaban nueve estrellas en el cielo.

Al resto las había ido devorando el tiempo. Una a una, como si alguien comiera una sopa de letras con un colador. Ahora solamente quedaba la noche, más oscura que nunca, y nueve pequeñas estrellas, solas en el fondo de un plato negro.

No había una estrella polar señalando el norte, ni constelaciones con forma de animales reales o mitológicos. Los astrólogos, habiendo perdido el zodíaco, habían aprendido a leer los posos del café.

Sólo restaban nueve estrellas en el cielo y cada vez alumbraban menos, aunque nadie sabía si era porque tenían miedo, o porque echaban de menos a sus compañeras.



(continuará)