Ella estaba muerta, y lo peor de todo: no la había matado yo.
La noticia ocupaba una página de la sección de sucesos, y contenía parte del informe de la Policía. Pero a los periodistas les importaba una mierda que Marisa Caldás hubiese fallecido. No aparecía su nombre ni una sola vez a lo largo del artículo. El protagonismo se lo llevaba su marido, Rodrigo de Viedma, dueño de la mitad de los hoteles de lujo de la costa de Andalucía. Uno de los hombres más ricos del país, y ahora viudo. El coche, conducido por la señora de Viedma, ¡cretinos!, había sido encontrado a cien kilómetros de Madrid, en la carretera de La Coruña. La foto mostraba el Hudson Sedán de color crema convertido en un amasijo de chatarra. El cuerpo irreconocible de la joven fue identificado gracias a la alianza. Cerré el periódico con violencia y lo lancé sobre la mesa.
¿Por qué lo hizo? ¿Por qué había intentando huir si estaba todo planeado?
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