En el AVE el amor va mucho más
rápido. Puede darse el caso de que en Ciudad Real se vea por vez primera a una
mujer y a la altura de Puertollano ya se esté completamente enamorado de ella.
En un tren convencional, en ese periodo, no se hubiera pasado ni del primer término
municipal.
Va tan rápido el amor que es muy
normal que las parejas que allí se forman no sepan muy bien en que provincia se
conocieron. Es un hecho contrastado y demostrable. Lo sé porque en el noventa y
cuatro una pareja perdió un apartamento en plena sierra de Madrid en un
concurso de la tele que yo estaba viendo. Aún lo tengo grabado.
Además, en él se crean entre los
más fuertes amores que jamás se hayan conocido. Es pura física, la culpa es de
la inercia. Y es que, aunque Cupido lanza sus flechas a la misma velocidad que
en cualquier otro lugar, el impacto a trescientos kilómetros por hora es mucho
mayor, y eso, a la larga (y a veces a la corta), se nota mucho.
Como contrapunto, existe un
cincuenta por ciento de posibilidades que el amor de tu vida pase de largo
cuando te lo cruzas en el AVE. Y es que, si Cupido lanza su flecha tratando de
alcanzar al tren, puedes dar cualquier encuentro por perdido. El proyectil está
condenado a caer al suelo sin alcanzar su objetivo. Consiguiendo, como mucho,
que algún escarabajo pelotero se vuelva
loco de amor con el balasto que sostiene las vías.
Creo que eso es lo que me está pasando
ahora mismo. Te miro, sentada a mi lado y sé que eres perfecta. Me miras y sé
que yo también puedo hacerte completamente feliz. Lo sé con la misma seguridad
con la que soy consciente de que ni el más mínimo sentimiento asoma en ninguno
de los dos. Ni en ti, ni en mí.
Menos mal que tengo un plan. Sólo
necesito que tengas que levantarte un momento de tu asiento. Un minuto será
suficiente. En cuanto te vayas me agacharé, revisaré a hurtadillas en tu bolso y
buscaré los datos de tu billete de vuelta. De esta manera, será esta tarde
cuando la flecha nos alcance a 300 kilómetros por hora y no tengamos más
remedio que, juntos, ser felices para siempre.
Por cierto, perdona que te
insista, ¿quieres otro refresco?
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