Cuando tomaba chocolate caliente, se le quedaba la marca, a modo de bigote antiguo. Entonces sus palabras se tornaban decimonónicas, pronunciadas con una caligrafía exquisita. Después, se limpiaba con una servilleta y volvía a ser el mismo chico sencillo.
Si la mancha era pequeña, como un pequeño mostacho rectangular, se ponía en pie lanzando frases dictatoriales. Su discurso se llenaba de mayúsculas y exclamaciones. Esas veces, era yo quien borraba rápidamente aquella sombra sobre su labio.
Más tarde, en la intimidad, le dibujaba un bigote como el de Clark Gable, y no lo hacíamos desaparecer hasta la mañana siguiente.