Siempre tiene las ventanas abiertas. No importa que haga sol o que haga lluvia, no importa que el frío duela en las orejas o que el viento cierre las puertas mientras juega. De hecho, esos son sus días preferidos, aquellos en los que el aire lo mueve todo y arranca las hojas muertas de los árboles, y hace bailar las bolsas de plástico, y desordena los papeles de la mesa…
A mi vecina, Carmen, un día se le escaparon todas las risas de golpe. No recuerda si salieron por la puerta sin despedirse o si se las tragó el sumidero de la cocina. El caso es que ahora es mayor y está sola, y ya no se le acumulan alegrías debajo de los radiadores, ni cubriendo los libros del mueble, ya no caen dentro de la sopa ni se pegan en el espejo de la habitación.
Por eso me grita que ventile. Lo grita a través del patio cada nuevo día: Abra las ventanas… Luego se sienta y espera a que un soplo de viento arrastre alguna risa hasta su casa. Una tan sólo, aunque sea pequeñita, que le haga sonreír.
Niñocactus