Amor y muerte siempre anduvieron de la mano para Margarita, quien perdía a todos sus pretendientes nada más enamorarse. Por eso, cuando se quitaba el luto, las madres encerraban a sus hijos en casa, o los mandaban a la capital.
—Ama con tanto ímpetu que ningún corazón puede soportarlo —decía la Remedios.
Sólo el Rubio se atrevió a cortejarla. En el pueblo murmuraban que tenía el pecho vacío, pues de niño nunca fue capaz de reír o llorar. A éste Margarita no lo mató. Para algunos se confirmaron sus sospechas; para otros, los dos jóvenes aprendieron juntos a quererse.