La voz lánguida del monje disuade, a los pocos peregrinos llegados hasta el umbral del santuario, de cruzar el viejo portón de madera. Cada vez son menos los enfermos que se aventuran, a través de las montañas de Kulun, para encontrar aquel lugar sanador. Y quienes lo consiguen regresan abatidos sin haber visto siquiera el interior del templo.
-Abra –dice el joven tullido.
-¡Váyase! No malgaste su tiempo. Ya no creemos en las curaciones.
-Pero yo sí. Y antes de entrar, comienza su recuperación.