Hasta chocarse contra una pila de maderos donde interrumpía mi recuerdo. Al otro lado, se iba oscureciendo todo lo que quedaba de padre: la huida al monte a medianoche; las manos de madre agarrando por última vez las suyas, y apretando tan fuerte que podía oírse un grito ahogado entre los dedos; el último beso, casi voraz; el silencio que ocuparía su hueco en casa.
Desde entonces, cada día, madre cierra los puños asiendo todavía aquel calor con tanta intensidad que las uñas se clavan en sus palmas. Últimamente ha cambiado, ahora sus yemas rozan la piel como una caricia.
NiñoCactus