El leve crujir de la viga de la que cuelga su padre, posado como un jilguero sobre una suerte de trapecio, araña el silencio. Todos me miran nerviosos, sin atreverse a comenzar la cena.
Finalmente, el abuelo, quien observa cada plato con desconcertante estrabismo, lanza su larga lengua hacia la fuente de langostinos. Le sigue la madre, desencajándose la mandíbula para dejar paso al pavo relleno, aún sin trinchar. En otro extremo de la mesa, el hermano mayor roe un poco de queso.
Entonces, mi novia, sonriéndome, comienza a rumiar su plato de brotes de alfalfa, y yo, un poco menos tenso, saco mi estómago y lo coloco sobre el cuenco de alitas de pollo.
Finalmente, el abuelo, quien observa cada plato con desconcertante estrabismo, lanza su larga lengua hacia la fuente de langostinos. Le sigue la madre, desencajándose la mandíbula para dejar paso al pavo relleno, aún sin trinchar. En otro extremo de la mesa, el hermano mayor roe un poco de queso.
Entonces, mi novia, sonriéndome, comienza a rumiar su plato de brotes de alfalfa, y yo, un poco menos tenso, saco mi estómago y lo coloco sobre el cuenco de alitas de pollo.