La ciudad del amor tiene tantos mapas del tesoro como habitantes. Sus mares de asfalto se iluminan de noche y esconden laberínticas rutas entre islas desconocidas. Enamorarse es navegar. Eso lo saben todos los náufragos. La mayoría aguardan el momento para lanzarse de nuevo contra el oleaje sobre una balsa improvisada. Otros, los que se ahogaron, renunciaron siquiera a mojar sus pies en la orilla. Día a día prorrogan la ausencia de aire porque olvidaron que enamorarse no sólo es navegar, sino volver a respirar.
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