Vuelve a pedirme que le empuje y el columpio se eleva enérgico.
—¡Más fuerte! —grita—. Quiero llegar más arriba.
Así lo hago. Impulso su cuerpecillo con todas mis fuerzas, y el niño sube alejándose del suelo. Por un instante le pierdo de vista. El sol me ha cegado al mirar a lo alto. Después, va perdiendo velocidad hasta que se detiene.
Cuando baja, estoy seguro de que ha tocado el cielo, lleva el azul en sus ojos.
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