Empezó a llorar despacio. Las lágrimas, como caracoles, descendían lentamente por las mejillas de Isabel, dejando un rastro plateado.
—Esa es la manera de hacer salir las penas lentas —le había dicho la tía Angustias.
La tía Angustias sabía de tristezas. En el pueblo todos acudían a ella para buscar remedio a los días grises. Todos, excepto Julián, que tenía una pena de niño.
—Para hacerla desaparecer —le había dicho—, tendrás que perder también una alegría de niño.
Julián dijo que no. Isabel lloró una pena lenta. Y se abrazaron sin prisa como si nunca hubiesen crecido.
2 comentarios:
Es una historia triste, peroestá contada de una manera bella.
Nadie, ni siquiera una pena tiene derecho a quitarte una pena de niño. Precioso cuento
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