Empezó a llorar en medio de las carcajadas que inundaron el teatro. Quienes no conocían a Rosita la miraron desconcertados. El resto ya se había acostumbrado a sus rarezas. Sobre todo Miguel.
El bueno de Miguel todavía recordaba, no sin cierto pavor, su primera cita con la joven. Aquel momento en que los ojos de su amada se inyectaron en sangre para gritarle cuánto lo quería.
La tristeza de Rosita era felicidad; su paciencia, prisa; el desánimo, euforia.
Por ello, Miguel vivía temiendo el día del susurro. Y si, en un instante de flaqueza, se atrevía a confesárselo, ella le aullaba:
—¡TÚ ERES IMBÉCIL!
4 comentarios:
Pintoresca historia.
Besos.
Muchas gracias, Amapola. A ver si consigo retomar el blog.
Besos y sonrisas.
Muy bueno, sucede tanto, quien no lo vivió? Gracias otra vez
Sí, como dice Amapola, esles un personaje curioso,el de la chica.
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