Ni subido a una escalera conseguiría besarte. Son sus únicas palabras. Después, la risa del público ahoga el ruido de su cuerpo cayendo una y otra vez, mientras el pequeño payaso intenta alcanzar a la bailarina. Ella, perfecta, brilla sobre su diminuta plataforma. Él, torpe, continúa hasta que el trapecista vuela sobre la joven y la besa en el aire.
Esa noche no. A base de morados ya consigue mantener la escalera en perfecto equilibrio, y sube bajo la atenta mirada de todo el circo. Ella se inclina para darle un beso. ¡Al fin están juntos!
Hoy es el acróbata quien cae desde una altura mucho mayor que la de su trapecio.
Ovación.
NiñoCactus
7 comentarios:
Acabo de percatarme de que en esta entrada no hay ningún comentario. Y la verdad, debo decirle que este pequeño relato es una auténtica joya, de esas que a uno mismo le hubiese gustado escribir de su pluma... es la verdad; un abrazo, una sonrisa... y ovación.
Hola Sr., vengo a dejarle un abrazo tan grande, que voy a tener que hacerlo en dos comentarios, porque sólo aquí no creo que pueda encajarlo. Es lo menos que puedo hacer, ya que sus palabras siempre son auténticos bálsamos capaces de curar. Pues lo dicho, he venido hasta aquí porque este cuento es de mis preferidos, es insuperable. Mi abraaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaazo...
... y el ressssssssssssto del abraaaaaaaaaaaaaaaaaaaazo que no he podido meter en el otro comentario!!!!!!! (¡sabía que no entraría sólo ahí...!)
Señor-Niño, hagamos todos los equilibrios necesarios para tratar de alcanzar nuestros sueños durante este año.
No siempre podremos utilizar el trapecio, está claro, pero sí mantener encendida la ilusión del payaso. Y en el fondo, sabemos que el público es lo de menos, aunque a veces duela dentro escuchar las risas, después de una caída.
Que en sus letras no se agote esa bendita inocencia de seguir persiguiendo imposibles, eso sobre todo le deseo para el 2012.
Un posible abrazo.
Javi
Debe saberlo: este sigue siendo uno de los lugares preferidos de mi alma.
Gracias, gracias. Un abrazo
Es la hora π: las 3,14... y bueno... uno nunca sabe cuándo puede aparecer un oasis. La vida nos va llevando a galope y el paisaje se difumina todo el rato como en un cuadro impresionista; pero usted y yo sabemos que en este reino de palabras y fantasía aún caben la sorpresa, la inocencia y la coherencia inexpugnable de los ojos de un niño.
Hoy no ha sido un día especial, para nada. Pero los hilos del destino y los arroyos subterráneos de la memoria me han traído hasta aquí, quizá por hablarle de su entusiasmo y su atrevimiento a un -amigo con el que he compartido más cervezas que horas.
Y no se imagina lo afortunado que me siento de poder citarle como referencia indiscutible y certera.
Uno nunca sabe cuándo puede aparecer un oasis, pero sí conoce una verdad: que antes de alcanzar cualquier oasis debes haber aprendido a atravesar todo un desierto.
Querido Chiado, sus palabras siempre son abrazo, sonrisa. Gracias por estos encuentros virtuales en los comentarios de un blog que guarda pequeños recuerdos de la imaginación. A veces redescubro al Alberto que fui cuando leo alguno de estos microrrelatos, todos guardan un poquito de mí. Ojalá nos volvamos a encontrar con unas cervezas, o tés verdes, o limonadas y me hable con entusiasmo de las cosas que le arrebatan, de su mirada a través del objetivo, de sus escapadas en coche, de su mar...
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