jueves, 17 de mayo de 2007

Pólvora

El olor a pólvora impregnaba aún toda la habitación. Él, ya habituado, no lo percibía. Sólo dos cuerpos llenaban el espacio entre las cuatro paredes. El suyo y el otro. El que todavía vivía y el que ahora yacía inerte. Ése que durante tantos años le había hecho la vida imposible había quedado reducido a una masa tendida en el suelo. Ya casi ni siquiera sangraba.

¿Realmente le había hecho la vida imposible? ¿O estaba equivocado? No lo recordaba con claridad. La verdad es que ya nada estaba claro. Era por el humo del disparo. Se había introducido por su nariz hasta su cerebro y ahora lo nublaba todo. Por eso no recordaba nada. Por el humo del revólver.

En cualquier caso ya no era algo de lo que debiera preocuparse. En realidad nada tenía importancia a partir de este momento. Cuando matas a alguien de algún modo te haces inmortal.

Este pensamiento le hizo reír. Lo hizo en voz alta. Al oírse le sorprendió el tono de su voz. Sonaba diferente. Como si él sólo hubiera abierto la boca y hubiera sido un ventrílocuo el que hubiera emitido el sonido. Una risa alejada de sí mismo. Calló de nuevo.

Entonces fue el revólver quién volvió a hablar. Ya no utilizaba un tono amenazador. No eran órdenes lo que escuchaba, pero su voz sonó igual de clara. Sabía que no estaba loco. De eso estaba seguro. Si hubiera perdido la razón jamás habría encontrado el arma. Su padre nunca le había contado donde la guardaba. Ese hecho le bastaba, le demostraba su cordura. Había sido el revólver el que le había guiado. Él solo nunca lo habría logrado.

Esta vez el revólver no le ordenaba nada, sólo le pedía un favor. La voz ahora era diferente. Tenía un tono suave que le envolvía como una melodía, dándole una paz que no recordaba haber sentido antes. La sensación de placidez era tan grande que no pudo negarse. Levantó el arma y disparó una segunda y última vez.

El olor a pólvora se hizo más intenso. Tampoco lo percibió. En esta ocasión el haberse habituado al aroma no fue la causa. Ahora eran dos figuras las que yacían, inertes, sobre el suelo. Una de ellas aún sangraba.

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2 comentarios:

Patricilla dijo...

Puede ser un cuento triste y hermoso a la vez? he aquí la respuesta.... Por muchos más como éste ^^

Anónimo dijo...

Hola Patri!
He estado pensando y, en realidad, la historia podría acortarse vastante. No hace falta remontarse a Adán y Eva. Podríamos empezar desde los romanos. Ya sabes, aquellos que hicieron autovías, teatros, acueductos, ciudades,... Pero seguiría siendo muy larga. No m animo a empezar.