Metían los pies en el agua mientras pescaban y sentían el cosquilleo de los peces mordisqueando sus dedos. Los dos niños atrapaban ráfagas de viento junto al río. Para eso usaban distintos tipos de cañas. Algunas fabricadas con hojas de sauce; otras, con campanillas. Las tenían de plumas, de barcos de papel y de jirones de cometas.
Una tarde atraparon un viento triste. Se quedó enganchado en una astilla. Manuel propuso encerrarlo en una caja y enterrarlo.
—Es un viento que borra sonrisas y agacha cabezas.
Pero Luis se negó. Lo dejó jugar entre sus dedos y después lo soltó.
—También seca lágrimas, ¿sabes? Y hace compañía.
Manuel miró a su amigo preguntándose dónde habría aprendido eso. Pero no dijo nada, solo le abrazó.
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