«¿Qué será lo que le escribe su madre en esos papeles?», nos preguntábamos en la UCI al observar cómo los colocaba, cuidadosamente doblados, en la mano de su hijo nada más llegar. Después no decía nada: sólo silencio…, y los mensajes.
Todas las trabajadoras pensaban que se trataba de oraciones abogando por la curación del pequeño. Todas menos yo, que decidí leerlos. Leérselos.
La madre había resuelto compartir la vida entera de su hijo en el mes que aún restaba. Esas notas recorrieron años de infancia, adolescencia y madurez. Consejos, felicitaciones, confidencias, incluso había alguna regañina… Y finalmente su despedida: «Estoy orgullosa de ti. Me voy, pero no estés triste. Sonríe siempre».
Al día siguiente, al entrar en mi turno, encontré la cama vacía.
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