Cuando había viento del norte,
los oídos dolían al entrar las palabras congeladas. Por eso la gente de la
montaña prefería callar. Si soplaba el «matacabras», era mejor guardar los termómetros,
o no volverían a subir; las gallinas ponían huevos vacíos porque no tenían
calor suficiente para empollarlos; y el suelo se cerraba resguardando las
semillas, que crecían hacia dentro. A veces, semanas después, se podía
encontrar una flor oculta al remover la tierra. Entonces, se olvidaban los días
silenciosos.
NiñoCactus
2 comentarios:
Después de todas las catástrofes, siempre hay un principio, otro. Qué gusto, NiñoC.
Un abrazo.
Es como algunas personas que se imbuyen de si mismas y viven en el ostracismo hasta que…
Un abrazo
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