Mientras aguardaba, en aquella inmensa hilera de almas, mi turno para entrar en el más allá, comprendí que las decisiones más importantes de mi vida las había tomado haciendo cola.
Por ejemplo, descubrí mi verdadera vocación laboral esperando en la oficina del paro. Un mes más tarde, fundaba mi propia empresa de helados no derretibles. Y fue de pie, en otra larga fila, donde descifré mis sentimientos hacia la vecina de al lado. Juntos derribamos el tabique que nos separaba.
Todas esas dilaciones frenaron la urgencia del día a día, y me concedieron algo de tiempo para pensar.
En ese momento, fui consciente de que, tal vez, mi muerte había sido demasiado precipitada. Dicen que me salvó el segundo chispazo. No lo sé. Yo creo que fue meditarlo con calma.
NiñoCactus
1 comentario:
Cuando algo es genial, lo mejor es aplaudirlo. Plas, plas, plas.
Saltos y brincos
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