martes, 26 de junio de 2007

V. Federico y Amanda

Fue extraño que él no la oyese acercarse. Sus pasos no hacían ningún ruido.
Debido a su miopía Federico había desarrollado extraordinariamente su agudeza auditiva. Esto le permitía escuchar ecos imperceptibles para el resto de las personas. El más sorprendente era, sin duda, el eco de los pensamientos, para el que necesitaba prestar mucha atención. Del mismo modo poseía un olfato portentoso. Gracias a él consiguió trabajo como ayudante de Julián, el pescadero. Era capaz de seleccionar los pescados más frescos. Nunca fallaba. “¡Mire qué boquerones, recién cogidos!”, gritaba una mujer en la lonja. “No se fíe Don Julián que son de hace dos días.” Tres veces por semana viajaba a un pueblo de la costa para comprar la mercancía. Nada le gustaba más que las historias de marineros.
Fue más extraño todavía que ella advirtiese en sus ojos todo lo que él no alcanzaba a ver a través de ellos.
Cuando Amanda no estaba jugando en la playa con la olas solía sentarse en el muelle. Le gustaba ir allí a diario para esperar a su padre. Sabía que “El Comerciante” pasaba fuera muchos meses seguidos pero ella imaginaba mil encuentros en aquel lugar. En ocasiones sentía con tanta intensidad el abrazo que soñaba adelantar que cuando abría de nuevo los ojos se había separado unos centímetros del suelo. De nuevo apoyaba suavemente los pies contra la madera y salía corriendo.
El caso es que Federico pisó a Amanda porque no se dio cuenta de que estaba justo a su lado. Y él no quiso separarse nunca más de aquellos pies y ella no quiso arribar del viaje que había comenzado en aquellos ojos.
Ninguno de los dos volvió a casa esa noche.
Niñocactus

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