Se había pasado los últimos quince años de su vida intentando resolver una casi indescifrable ecuación matemática. La resolución se alargaba ya por más de cien folios. Todos con multitud de explicaciones e incisos en los márgenes. Por fin, un veintinueve de Mayo, a las tres de la madrugada, encontró la solución.
Se levantó de un salto. Se arrancó la bata y arrojó, lejos, el lápiz. Por fin lo había conseguido. La alegría, sin embargo, sólo le duró nueve minutos. El tiempo que tardó en sentirse vacío. Empezó a dar vueltas por el laboratorio, ¿Y ahora qué? Se preguntaba mientras miraba, asombrado, la solución.
Sólo tardo otros cinco minutos en encontrar la respuesta. Miró hacia los lados. La habitación estaba vacía. Nadie había visto su explosión de alegría. Cogió los últimos veinte folios y los metió en la trituradora. Mientras la máquina hacía su trabajo con un ruido mecánico, él se ponía otra vez la bata mimando un botón casi roto. Después recogió el lápiz y se preparó, con una sonrisa en el rostro, para enfrentarse a otra noche de arduos cálculos.
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3 comentarios:
Juan, Alberto, no sólo me entreteneis sino que me haceis reflexionar. De verdd que es estupendA vuestra creatividad.
Ya os lo han dicho por ahí pero he de dejarlo plasmado yo también:
¡¡GRACIAS!! ¡¡MIL GRACIAS!!
me olvidé firmar
LÚA
Demasiado real...
La depresión en el éxito.
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