sábado, 29 de septiembre de 2012

Las manos vacías

Hasta chocarse contra una pila de maderos donde interrumpía mi recuerdo. Al otro lado, se iba oscureciendo todo lo que quedaba de padre: la huida al monte a medianoche; las manos de madre agarrando por última vez las suyas, y apretando tan fuerte que podía oírse un grito ahogado entre los dedos; el último beso, casi voraz; el silencio que ocuparía su hueco en casa. 
Desde entonces, cada día, madre cierra los puños asiendo todavía aquel calor con tanta intensidad que las uñas se clavan en sus palmas. Últimamente ha cambiado, ahora sus yemas rozan la piel como una caricia.

NiñoCactus

2 comentarios:

Ester dijo...


Que ya lo tiene entre los dedos y daño no le quiere hacer.
Saltos y brincos

Elysa dijo...

Hay como un punto de esperanza en esas yemas que rozan la piel.

Besitos