martes, 17 de mayo de 2011

Federico

Tenía siempre la mirada perdida como la de aquellos que viven en sus recuerdos. Sin embargo, a sus cinco años, Federico atesoraba todo por vivir y nada que recordar.

“El chico pasa mucho tiempo con el viejo”, gruñía su padre. “Le está metiendo demasiadas historias en la cabeza; y ya tenemos suficiente con un raro en la familia.” Federico gastaba tardes enteras sentado junto a su abuelo. Cerraba los ojos y sonreía imaginando los relatos que le llegaban inmersos en aquella voz rota. Interrumpía a cada instante ávido de detalles a veces tan nimios como el dibujo de la madera en las puertas, la disposición de los muebles en las habitaciones o la ropa de cada uno de los personajes de los que le hablaba.

Carecía de amigos, y la mayoría de los días los pasaba solo. Le encantaba tumbarse a la orilla del río y dejarse envolver por ruidos y olores. Al resto de niños tampoco le gustaba jugar con él. No paraba goles de portero, ni los metía de delantero; ni siquiera servía para ir a buscar la pelota cuando salía fuera del campo. “¡Qué pasa!”, le gritaban, “es que no la ves.” Y justamente así ocurría.

El mundo de Federico a través de sus ojos lo percibía tan difuso, tan indefinido, que le mareaba. Le costaba vivirlo. El chico era completamente miope, pero nadie lo sabía, él tampoco. Esto hacía que la realidad fuese mucho más bonita a través de su imaginación.

Una noche en la que no podía dormir decidió subir al desván. Avanzó con mucho sigilo para no tropezar con nada. Quería encontrar un instrumento del que había oído hablar a su abuelo en muchas ocasiones. “Sirve para ver las estrellas y la luna. Con él se puede ver escrito en el cielo el destino de nuestra vida.” Y Federico quería ver el de la suya. Cuando encontró el telescopio sus manos lo acariciaron. Sin apenas moverlo miró a través de su lente. Sólo encontró una mancha borrosa. Giró las distintas ruedas hasta que poco a poco una forma nítida se fue dibujando ante él. Era lo primero enfocado que veía, la luna. Le pareció preciosa.

Secretamente comenzó a subir cada madrugada para mirarla. Le susurraba todo lo que no podía contarle a nadie más. Ella cambiaba cada noche para él y sonreía, le sonreía desde su cara de plata. Y cuando las nubes impedían el encuentro a los dos se les rompía algo en su interior.

NiñoCactus

(Relato que forma parte del cuento Amanda y Federico,

publicado en el blog hace 4 años

y rescatado para la Quedada microrrelatista).

13 comentarios:

Luisa Hurtado González dijo...

Gracias por publicarlo, es un micro que merece una relectura.
Un beso y un placer.

Anónimo dijo...

Hay que decir que la versión tuneada es la transcripción a mano de este enorme micro y con un precioso dibujo por añadidura. Imagino que Rocío lo escaneará y nos lo enseñará.

Rocío Romero dijo...

Es el mío!! y me encanta!!
Gracias Alberto, luego lo enseño.
Fer, he titubeado cuando he leído tu solución tan simple y tan del día a día en mi trabajo... ¿te puedes creer que le había hecho una foto en lugar de escanearlo? y además, tardaba en publicar porque no se leía y pensaba copiarlo (eso ya lo soluciono con un link a esta entrada, jej). Ay, qué cabeza!!
A mediodía chicos, de verdad, que me van a despedir por vuestra culpa ;-)
Besos

montse dijo...

Muy, muy tierno.

Elchiado dijo...

No se puede ser más entrañable. Yo no conocí a ninguno de mis abuelos y casi no recuerdo a mis abuelas... quizá por eso tenga tanto feeling con las personas mayores, a saber...

Un abrazo

Rosa dijo...

Un micro precioso, tierno, entrañable...como solo tú lo cuentas, con esa dulzura que te caracteriza.
Saludos desde el aire.

Puck dijo...

Me encanta descubrir otros efectos positivos de la kedada, que recuperases este cuento y lo hayamos podido disfrutar. Me gusta :-)
Saludillos

Maite dijo...

Cuando la ternura y el sentimiento se juntan para crear una historia, una aventura, una experiencia, no cabe duda que el resultado solo cabe dentro del corazón del lector. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Ups! Glub! Vaya,....no me salen las palabras. Gracias Niño. Y felicidades por ser tú.
CésarCor

Anónimo dijo...

buenos su espacio online es muy hermoso,es la tercera vez que vi tu blog, bon trabajo!
hasta

Cecilia Varela dijo...

mi cuento y el de tantos que nos apropiamos de tus palabras, querido Niño. Siempre es tan lindo visitarte.
abrazos.

Elisa dijo...

Precioso relato. Cuando lo leíste me encantó el final, ahora he podido disfrutar más de todo el relato. Con ese nombre del protagonista y el tema de la luna no puedo evitar acordarme de Lorca. ¿Te inspiraste en él para escribirlo o ha sido casualidad?

Un saludo.

anis dijo...

es que las historias de los abuelos tienen un encanto especial, aunque las repitan 100 veces y aunque sepas el final...

Ojalá existieran más niños como ese