Era sólo una niña cuando entré a servir en el templo de la diosa Tique. Una horda de jinetes había arrasado el valle asesinando a mi familia. Fui la única superviviente. Anduve sin rumbo hasta caer extenuada en medio de ninguna parte. Ni siquiera sé quién me recogió.
Los años pasaron secando mis lágrimas hasta hacerme sentir los párpados como lijas. Durante ese tiempo, mis labios dieron gracias a la fortuna con cánticos y oraciones; mientras mi corazón pedía venganza al destino. Un día, mi súplica fue escuchada.
-Matadlo –me dijeron-. Ofrecédselo a la diosa.
Los jinetes habían vuelto a saquear nuestras tierras. Uno de ellos había caído prisionero, ahora estaba en mis manos. Dejé pasar la noche. Cuando despuntó el alba ya tenía decidido que esta vez el sacrificio no sería para Tique sino para mí. Me acerqué hasta donde yacía el joven y corté la cuerda que sujetaba sus piernas.
-Levántate –ordené-. Vas a llevarme adonde vives.
Caminamos durante días descansando apenas unas horas cada noche. Al atardecer de la última jornada vimos su poblado desde un alto. Me coloqué delante de él sujetando el puñal. Quería que viese mis ojos, mi dolor.
-Rompo tu odio –grité-. Rompo el odio de tus hijos, y el de los hijos de tus hijos...
Ni siquiera tuve fuerzas para decirle que era libre. Comencé a llorar. Aquel sacrificio me había lacerado el alma, devolviéndome las lágrimas. Sabía que esa era la única oblación posible: una ofrenda a la vida.
Los años pasaron secando mis lágrimas hasta hacerme sentir los párpados como lijas. Durante ese tiempo, mis labios dieron gracias a la fortuna con cánticos y oraciones; mientras mi corazón pedía venganza al destino. Un día, mi súplica fue escuchada.
-Matadlo –me dijeron-. Ofrecédselo a la diosa.
Los jinetes habían vuelto a saquear nuestras tierras. Uno de ellos había caído prisionero, ahora estaba en mis manos. Dejé pasar la noche. Cuando despuntó el alba ya tenía decidido que esta vez el sacrificio no sería para Tique sino para mí. Me acerqué hasta donde yacía el joven y corté la cuerda que sujetaba sus piernas.
-Levántate –ordené-. Vas a llevarme adonde vives.
Caminamos durante días descansando apenas unas horas cada noche. Al atardecer de la última jornada vimos su poblado desde un alto. Me coloqué delante de él sujetando el puñal. Quería que viese mis ojos, mi dolor.
-Rompo tu odio –grité-. Rompo el odio de tus hijos, y el de los hijos de tus hijos...
Ni siquiera tuve fuerzas para decirle que era libre. Comencé a llorar. Aquel sacrificio me había lacerado el alma, devolviéndome las lágrimas. Sabía que esa era la única oblación posible: una ofrenda a la vida.
NiñoCactus
9 comentarios:
mmmmm no sé... quizás hubiera sido mejor beberse de un trago la venganza esperada.
Demoledor. Me recordó en algo... a la historia de Aida (Verdi)
Precioso también éste!!! Y no sabes la ilusión que me ha hecho que me dejes publicar tus cuentos en mi blog, y por supuesto, publica el dibujo que quieras del mío en el tuyo.
Un abrazo y mil gracias!!!
¡Oh! ¡Qué final más bonito! Si ya lo decía Rousseau, que el hombre es bueno por naturaleza... Y la venganza nunca nos va hacer sentir mejor...
Me encanta...¡que soplo de esperanza...! ¡Qué fuerza liberadora tiene el perdón...sobre todo para quien lo concede.
gracias. besitos.AnaCor
Jajajaja, disculpe que pase riéndome... jaja, "suertudo" dijo?; yo sólo escribo cuentos... y desgarros. Y déjeme que le diga algo: que ojalá muchos aportarán esa poquita de luz, esas sonrisas deslizadas desde lo sutil, que usted nos regala desde sus letras, así la oscuridad sería menos y la lluvia tardaría más en calar los interiores. AbráSol.
Me encantó... El final te tiene en tensión y al final acabas con una sonrisa de triunfo al acabar de leerlo.
Un poquito de sol desde Sevilla
Rubén
Precioso!! Es maravillosa la forma en que consigues mantener la tensión hasta el final.
ojalá se pudiera romper el odio de tantos!
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