El escritor amaba las palabras. Por eso nunca borraba ninguna, tampoco lo hacía con las letras. Todas eran sagradas para él, le seducía esa extraña magia que le permitía poner sobre un papel todo lo que pasaba por su mente y por su corazón. Sabía que eran ellas las que configuraban su pensamiento, sus sentimientos. Para él, borrarlas, hubiera supuesto eliminar una parte de lo que era.
Sin embargo a veces se equivocaba eligiéndolas. Otras veces eran sus dedos los que tropezaban con la tecla equivocada. Durante las correcciones finales se veía obligado a cambiar mayúsculas por minúsculas, o unas formas verbales por otras. Fiel a sus sentimientos, en esos casos, en vez de eliminarlas, las cogía, y con todo el cuidado de que era capaz, las depositaba al final de la página. Luego les pedía disculpas por no haberlas sabido encontrar su lugar y les prometía, que en el siguiente cuento, serían las primeras en aparecer.
A ellas, claro, no les quedaba más remedio que esperar.
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3 comentarios:
Espero ansiosa ese próximo cuento que empiece por las apartadas palabras finales...
Hacía mucho que no pasaba yo por aquí. Y lo siento porque he tenido que leer un poco deprisa un montón de bonitos cuentos.
Un saludo,
oh, qué buena muestra de creatividad literaria... me gustan tus cuentos.
saludos.
...C chvr hola bueno jje...
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