No pude transformarme en princesa porque el imbécil seguía mirando. Y porque estaba harta de fregarle los platos, plancharle la ropa y quitarle el polvo. Porque las manos de los príncipes no son ásperas, ni huelen a tabaco negro, ni duelen sus caricias. Porque el destino no se puede cambiar con un beso y, en el fondo, nunca creí en sus palabras, siempre con cuentos.
Niñocactus
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