Esa noche hubo una fiesta en Volverin. Hacía mucho tiempo que no había nada que celebrar allí y ni siquiera los más ancianos se acordaban de cómo eran las festividades, así que hubo que improvisar.
Se sacaron los mejores manjares y los mejores vinos. Los habitantes del pueblo, embriagados por la alegría, y un poco también por los licores, bailaron a la luz de la luna, de las nueve viejas estrellas y del nuevo lucero. Todos allí festejaron la llegada del viajero, interpretando, su llegada, como un gran presagio.
Pero no sólo Volverín estaba desconcertado. Aquella segunda noche Ardexe sintió algo extraño. Se sintió como si hubiera vuelto a casa. Y para él era un sentimiento especialmente extraño, ya que nunca en toda su larguísima existencia había tenido un hogar.
Ardexe, por primera vez en toda su vida, supo lo que era la felicidad.
Al acabar esa segunda noche y comenzar el amanecer todos volvieron a sus casas. Todos se fueron a la cama soñando con el día siguiente, felices con la posibilidad de que otro lucero llegara al firmamento, esperanzados con que, a la noche siguiente, celebrarían con el extraño viajero, la llegada de una nueva estrella.
Todo Volverin soñaba alegremente, con la llegada de Ardexe. Aunque esto era así, solamente, porque ninguno de ellos podía imaginar que había sido el mismo Ardexe quién había devorado la estrella que ahora había vuelto al firmamento.
Nadie lo imaginaba pero una persona lo sabía a ciencia cierta. Durante el día, Lucas, la única persona del pueblo que estaba despierta al mismo tiempo que el sol, había visto como la estrella salía de la boca de Ardexe y, asustada, salía volando rumbo a las alturas.
Mientras Volverin, esperanzado, dormía, Ardexe estaba despierto. No imaginaba que había sido su sueño diurno el que había devuelto la estrella al firmamento y por eso recogía sus escasas pertenencias para proseguir con su interminable viaje.
1 comentario:
LO que yo decía. Si trasnochar no es bueno. Pero para nada.
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