Al caer cada noche, a esa hora en que las estrellas menos tímidas coquetean con los últimos rayos de sol, ella bailaba frente a los escaparates de unos grandes almacenes. Aprovechaba el reflejo que el cristal le regalaba para observarse y disfrutar de la belleza que su cuerpo creaba.
Bailaba con toda su alma y con cada rincón de su cuerpo. Desde sus pies hasta sus párpados. Todo en ella servía para tejer su danza.
Nunca utilizaba música, sólo la que sonaba en su cabeza. Una melodía invisible para todos menos para ella. Quizás por eso nadie se paraba nunca a verla.
Dentro, los maniquíes, dejaban caer las lágrimas.
3 comentarios:
Para Patri, Ana, Dogy, Miguel Ángel... DanzaTe
Muy bonito! Me ha encantado! (A veces yo me siento como ella...).
Besos!
mmmmmm, es bonito, ¿y si hubiese sido un maniquí? mua
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