Cuando Zacarías descubrió que su sombra ya no le seguía ya era demasiado tarde. No se veía ni rastro de ella. Se quedó embobado unos cinco minutos, mirando al suelo asombrado. La verdad es que no tenía ni idea de cuanto tiempo hacía que no estaba. ¿Cinco minutos? ¿Quizás dos horas? La verdad es que nunca había dado mucha importancia al hecho de tener una sombra. Podrían ser tres meses perfectamente y no haberse dado cuenta hasta ese momento.
La realidad es que hacía ya dos días que había desaparecido.
Zacarías era un banquero de vida monótona y aburrida, de su casa al banco, del banco a casa. Su sombra estaba cansada de ser el reflejo de un hombre gris. Además nunca se había llevado bien con la sombra del maletín, tan solemne y aburrida o con la del sombrero de copa, estirada y pedante. Por eso, una mañana, cuando cogían un taxi decidió marcharse para siempre
Se pasó toda la mañana montada en el vehículo, Granada arriba y Granada abajo. La experiencia le sirvió para darse cuenta de qué es lo que quería hacer con su vida: Recorrer mundo. Por eso, a primera hora de la tarde, cuando el taxista acercó a un pasajero a la estación de tren decidió bajarse. Se montó en la sombra de un vagón que viajaba hasta París. Eligió ventanilla y dejó que los campos de centeno y trigo le acariciaran la nariz, rozó fugazmente el lomo de un gato que dormitaba en una estación y miró, impresionada, la enorme sombra de los Pirineos al atardecer. Al llegar la noche, como toda sombra, desapareció hasta el día siguiente.
Nunca se aburrió de la capital francesa. Callejeaba por las avenidas y se subía a los tejados a diario. Recorrió todos los cafés, habló de arquitectura con la sombra de la torre Eiffel y de arte con la del museo del Louvre.
Fue cuando ya llevaba tres años en París cuando se llevó la mayor sorpresa de toda su vida. Al dar la vuelta a una esquina se encontró, de sopetón con Zacarías.
Le costó bastante tiempo reconocerlo. Había cambiado mucho. Ya no llevaba esmoquin si no un jersey raído. En lugar de mocasines llevaba unas zapatillas naranjas y el estirado sombrero de copa había dado paso a una boina calada de medio lado.
Zacarías, aburrido, había abandonado la vida de banquero. Ahora se ganaba el sustento yendo de ciudad en ciudad, mostrándose como el único hombre del mundo que no tenía sombra. El encuentro los dejó a ambos completamente perplejos. Ninguno de los dos había pensado que allí, en París, pudieran volver a encontrarse.
Quizás fuera por eso por lo que, pasada la sorpresa inicial ambos decidieran, al unísono, mirar hacia otro lado y seguir con su camino.
4 comentarios:
Buen relato.
No logro apartar la visión de la cabeza de mi amigo zacarias de la universidad.
Abrazos.
Me ha gustado la idea de la sombra aburrida de ser sombra de hombre gris... Y buen final; casi esperaba que la sombra y el hombre volviesen a unirse, pero me alegro de que no lo hicieran... (¿Hubiera vuelto a ser todo como antes?)
Un saludo!
Para mi que Lunática ha dado en el clavo: ¿Era el hombre el responsable de que ambos llevasen una vida girs? ¿Era la sombra la responsable? ¿O era la unión de los dos, pero sin culpa para nadie?
Y hablando de todo un poco: Si yo pudiera dar vacaciones a mi sombra...
Itoitz: No pretes tanta atención a tu amigo... ¡vigila su sombra!
Lunática: La verdad es que este relato se ha escrito un poco a sí mismo. Es decir, que no he planificado el argumento, sino que he escrito párrafo a párrafo. Y la verdad es que cuando apareció Zacarías de nuevo yo también pensé lo que tú, pero es que cuando se miraron vi claro que su lazo estaba completamente roto. Es lo que tiene la vida a veces ¿no?
Ning0: Ay! Ójala yo tuviera la respuesta a lo que pasa a las espaldas de mis relatos! La verdad es que no tengo ni idea de si era la sombra la culpable de la vida gris del hombre o era al revés... Pero, haciendo referencia a la historia interminable, esa es otra historia y deberá ser contada en otro momento ;)
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