jueves, 25 de enero de 2007

Reflexiones

Me encontraba delante del espejo del cuarto de baño. Podía verme en él. Pero allí dentro no había nada. Estaba solo. Una imagen no puede ver al resto de las imágenes. Comencé a andar por el eterno vacío que me rodeaba. Ser el eco visible de una figura no es divertido, os lo aseguro. De pronto un murmullo. ¿Agua? Pensé que no existía absolutamente nada a este lado, pero allí (suena raro un adverbio de lugar en el vacío) había un río deslizándose. Al acercarme pude ver mi reflejo entre las aguas. No sé si aquello era mi yo primario o simplemente la imagen de mi imagen. De nuevo ocurrió, me encontré preso en la corriente alejándome de aquello que fui una vez. Al principio no podía respirar, sentía que me ahogaba, sin embargo de di cuenta de que para mi nueva esencia no era necesario lo mismo que para las anteriores. No sé cuánto tiempo pasó antes de que cambiase el movimiento; poco a poco se convirtió en un arrullo que me mecía en su seno. Sentí la arena contra mi piel (si es que la imagen de una imagen puede llegar a sentir algo físico como aquello) y el agua que se iba y volvía hasta que ya no volvió. Quedé tumbado sobre la arena mirando la estrella de fuego. Me hacia daño, pero mis ojos no se podían apartar de ella. Cada vez estaba más y más cerca. Paró justo delante de mí y, como si de aire se tratase, la inhalé. Todo mi interior se abrasó al instante y quedé ligero como un gas, hueco y argénteo. Ahora era yo quien reflejaba. Me sentía feliz aunque no sabía si aquél era yo, mi imagen o la imagen de mi imagen...

Niñocactus

1 comentario:

Anónimo dijo...

Supongo que ser el ecovisible de ti es como ser el malverso de alguien...