jueves, 20 de septiembre de 2007

Por proverbios

Cuando al fin decidió que no había pasado nada y que quería volver a hablarle, se dio cuenta de que ya había pasado todo.

Niñocactus

viernes, 14 de septiembre de 2007

Cuentecito

Cuando un dios creó el mundo cometió dos errores, en primer lugar se olvidó de crear la tristeza y en segundo, se equivocó al repartir el amor. Se lo dio todo a un solo hombre. Y éste se enamoró de Ella sin remedio, desde la cabeza hasta los pies. Como nadie nunca jamás se ha podido volver a enamorar.

El resto de la humanidad miraba y no entendía. Era un sentimiento tan grande y profundo que dejaba al resto de los sentimientos como mundanos y estériles. Al principio se reían de él y de sus acciones, pero con el paso del tiempo un nuevo sentimiento, algo incómodo, se asentó en ellos.

Se caracterizaba por venir acompañado de unas cosquillas en el estómago y de un rubor en el rostro. A alguien se le ocurrió llamarlo celos y fueron los que causaron que un día de lluvia, aprovechando la oscuridad de la noche y los sonidos de la tormenta, alguien cometiera un terrible crimen.

Nunca se supo quién fue el causante. Tampoco nadie lo investigó porque con ese asesinato, el amor que él sentía se liberó, salió volando en todas las direcciones e inundó a todos y todas con una pequeña porción. Todos ganaron con el cambio por lo que a nadie importó excesivamente el crimen.

Excepto a Ella. Ahora que sabía qué era el amor entendía perfectamente las acciones de él. Y esto fue lo que provocó que la tristeza hiciera acto de presencia en el mundo. Ella era la primera persona triste que había en el mundo, y por tanto acumulaba toda la tristeza del mundo.

El peso era tan grande que justo un mes después del crimen, en otra noche lluviosa, Ella se suicidó. La tristeza que sentía se liberó de su cuerpo, salió volando en todas las direcciones y entró en todos y cada uno del resto de los habitantes de ese mundo.

Y desde entonces el amor y la tristeza andan de la mano, entrando y saliendo de los cuerpos, mudando de aquellos que dejan de sentirlo para viajar a otros que empezarán a disfrutarlo. O a sufrirlo.


Ning1


lunes, 10 de septiembre de 2007

El Autómata

Me siento inútil. Sucede siempre que estoy con alguien demasiado decidido. Entonces me hundo entre mis hombros como si hubiese un pozo profundo y oigo latir al corazón justo al lado de mi oreja izquierda.
Todas mis habilidades se vuelven torpes, toscas… Quedo preso por un azar de encantamiento que paraliza lo que soy. Así, inmóvil, veo cómo un autómata ocupa mi cuerpo realizando movimientos descoordinados y utilizando palabras incoherentes.
En ese momento me entran ganas de matar al fantoche, de salir del cautiverio, de este castigo de dioses arcanos que me obliga a observarme tropezando una y otra vez.
Y comienza la lucha porque el autómata se defiende. Golpea porque al final el dolorido seré yo, sea cual sea el resultado de la batalla. A mí no me importan estas heridas. Sé que amaré aquello que me duela conseguir.
Venzo. Con una sonrisa y los huesos entumecidos sigo caminando a la espera de un nuevo duelo.
Niñocactus

jueves, 6 de septiembre de 2007

Cariños escondidos

o o o ooooo o
oooo o oooooo ooo oooo
o oooo
oooooo

oo oooo ooooo
ooo oooo oooo oooo
oooooooo oooooooooooo oooooooo
ooo oo oooo ooooo ooooo
ooo oooo oooo




Pues eso, que ves os

lunes, 3 de septiembre de 2007

El campeón

Era la última prueba de las olimpiadas. A su espalda quedaban cuarenta y dos kilómetros de sufrimiento. Sólo ciento noventa y cinco metros lo separaban de la llegada en el estadio olímpico. Y él era, claramente distanciado, el primer clasificado.

No estaba sorprendido. Siempre había sido el mejor. En todo lo que intentaba. Superando, sin paliativos ni misericordia, a todos sus rivales. Sonrió. Dentro de menos de un minuto se haría merecedor de una de las doscientos cincuenta y cinco medallas que se repartían en los juegos.

Este pensamiento hizo que la sonrisa quedara congelada en su rostro. Como una mueca muerta en manos de un mal actor. Iba a ser coronado como otro de los doscientos cincuenta y cinco mejores atletas de estas olimpiadas. No estaba muy seguro, pero creía que ya había habido unas treinta olimpiadas. Era únicamente uno más entre ocho mil. Ocho mil. Nunca había sido alguien tan vulgar. Fue por eso que a falta de tan sólo diez metros para la línea de meta paró su carrera. Mientras el estadio entero contenía el aliento, giró a su derecha y se dirigió a los vestuarios con una sonrisa triunfal.

Ahora sí. Ahora era el único.