jueves, 22 de julio de 2010

De donde vengo

a la memoria de mi abuelo Segundo

Se conocieron un jueves a las doce del mediodía, justo a mitad de semana. “En el momento adecuado: ni demasiado pronto, ni demasiado tarde”, decía mi abuelo. María sonreía y callaba, sabía que se habían cruzado antes y, además, esa mañana lo había visto rondando junto a la huerta desde primera hora, cuando salió a echar de comer a las gallinas. Llovía y hacía un frío de mil demonios. “Aquel día tu abuela era el único sol”.
Segundo llamó a la puerta a la hora exacta, se encontraba completamente empapado y tiritaba. Había ido a entregar una carta con las nuevas ordenanzas de la zona. Mi abuela le hizo pasar y lo sentó a la lumbre. Estaba preparando la comida: unas sopas de ajo con bollitos. Él la observó atentamente mientras ella batía los huevos mezclándolos con pan rallado, ajo y perejil, hasta formar una pasta densa que dividía en pequeñas porciones con una cuchara y luego doraba en aceite caliente. Al lado, en un fogón, bullía un caldo de tocino, puerro y ajo machado. María añadió los bollitos y los dejó cocer un poco. Después apartó una ración con el cazo y se la sirvió a mi abuelo. Jamás había probado nada tan sabroso. En ese momento, a Segundo se le quitó todo el frío de golpe y, a partir de aquel instante, sólo le regresaba en las raras ocasiones que debía separarse de mi abuela. Si alguna vez ella le hubiese faltado, él se habría ido congelando poco a poco.
Hasta el día en que se conocieron, mi abuelo esperó todo lo que tenía que esperar en su vida y, desde entonces, se volvió un hombre impaciente. Pero a María no le importaba: ya guardaba ella suficiente calma por los dos. Y aunque a veces se quejaba: “Es que no puedes estar a gusto más de veinte minutos seguidos en el mismo sitio”, no lo hacía porque de verdad le molestase. A ella no le enoja nada, sólo rezonga un poco de vez en cuando para que la vida no piense que le sobran cosas y empiece a quitarle alguna.
Mis abuelos se casaron en 1949, en Ciudad Rodrigo, y se fueron a vivir a Salamanca donde, 30 años después, nacería yo, heredando la sonrisa de mi abuela, el calor de mi abuelo, y la paciencia e impaciencia de ambos.
NiñoCactus

jueves, 15 de julio de 2010

Perdices

Desde aquél fatídico beso lleva cosidos treinta jerséis, catorce blusas y cuarenta y tres pares de calcetines. Sin embargo, y pese a los precedentes que atesora, la alta costura no ha conseguido, aún, solucionar su problema.

Lo ha intentado jugando a los dardos en las más peligrosas situaciones. Tuertos, virojos, enfermos de cataratas, hombres sin equilibrio e incluso dos ciegos han sido algunos de sus compañeros de partida. Como única recompensa tres arañazos, dos moratones, algún buen enfado y, eso sí, un trofeo que la acredita como campeona, indiscutible, del reino.

Es ya una adicta a la acupuntura, día sí día no recurre a un especialista en la materia. Gracias a ello mantiene un cutis limpio y terso, una espalda sin ninguna contractura y hace años que no sufre de jaquecas. Sin embargo, ni con todos los pinchazos, ha conseguido esbozar un solo bostezo.

En definitiva, de ninguna de las maneras imaginadas, la antaño somnolienta bella durmiente ha conseguido, en todos estos años, librarse del pelma y cursi príncipe azul.


Ilustración regalada (regalazo) por Citlalinushka de http://citlalindedibujo.blogspot.com/

Ning1

domingo, 11 de julio de 2010

Quién se atreve a decirle a una madre...

La carne rebozada fría no vale nada, le explicamos al camarero cuando nos negamos a abonar el precio del segundo plato. Pidió que esperásemos un minuto, y fue a hablar con el maître el cual, a su vez, avisó al cocinero. Éste, por su parte, llamó al proveedor, quien se puso en contacto con el transportista para que fuese a buscar al ganadero y, así, traer a Florinda la vaca, madre del ternero sacrificado. Cuando vimos su rostro afligido al entrar en el restaurante sacamos rápidamente la billetera... Y hasta dejamos una generosa propina.

NiñoCactus

Ver o no ver...

Pedro, el oculista, ha salido corriendo sin dar ninguna explicación. Como cada martes, la sala de espera está abarrotada de ancianos, pendientes de cirugía de cataratas, que observan cómo la figura blanca del doctor atraviesa la estancia a toda prisa.

-Perdonen –pregunta el paciente que acababa de entrar, asomándose por la puerta de la consulta-. ¿Saben si tardará mucho en volver?

-No se preocupe, joven –le responde una viejecilla-. Habrá tenido alguna urgencia.

Y, dando las gracias, el cíclope vuelve a entrar en la habitación.


NiñoCactus

miércoles, 7 de julio de 2010

Cuento oportunista

Pedro, el oculista, ha salido corriendo, dejando a su mujer entre las sábanas, somnolienta y confundida.

Son las siete y cuarenta y cinco de la mañana y hace diez minutos que se ha dado cuenta de que se ha equivocado en un diagnóstico. Y si no encuentra a tiempo a Luis, su paciente, el desenlace puede ser fatal.

Su única ayuda es saber que vestirá de rojo y blanco. Aunque duda que eso vaya a ser de gran ayuda.