viernes, 25 de septiembre de 2009

Miedo

Tenía tres intentos para lograrlo.
No gastó ninguno.

NiñoCactus

martes, 22 de septiembre de 2009

Volver a Empezar


Aquel otoño no cayó ninguna hoja. Los árboles conservaron su vestimenta. Ni el aire ni la lluvia consiguieron desnudar los tallos secos por el calor del verano. Si alguien hubiese podido volar, subir por encima de los bosques y mirar desde arriba buscando lo que dejó abajo, hubiese visto un cuadro de tonalidades rojizas y ocres en movimiento, un lienzo vivo pintado por una mano anónima. Si alguien hubiese sabido volar, habría aprovechado para huir lejos. Pero nadie sabía y todos tuvieron que quedarse.
Los primeros días de octubre comenzó a soplar un viento procedente del interior de la tierra que se elevaba formando remolinos. Fue un deseo, uno que ni siquiera llegó a ser pronunciado, el que silbó hasta convertirse en una tormenta. Uno que se encendió en los ojos y se exhaló como un aliento: ojalá todo siga igual. El aire se llevó consigo palabras como adiós, marcha o pérdida... Desaparecieron de la memoria de los labios y se borraron sin saber por qué.
Al principio la gente estaba feliz. No hubo despedidas ni separaciones. No se derramó ni una sola lágrima por un ser querido. Con el tiempo, toda esa alegría inicial dio paso a la tristeza. Es cierto, nadie se fue, nada acabó. Pero del mismo modo, nada empezó y nadie llegó. No existieron encuentros ni sorpresas. La vida quedó inerte, atrapada en la viñeta de un cómic que no tiene más historia que contar.
Ese año no hubo invierno, ni primavera, ni verano. No llegaron la nieve, las flores o el sol. Faltaron las bufandas aunque el frío se agarraba por dentro hasta doler. El aire no se llenó de olores dulces ni de trinos de pájaros. Y el calor no tuvo frutos que madurar ni pieles que broncear. Por eso, cuando en el otoño siguiente cayó la primera hoja, hubo una gran celebración: la fiesta de volver a empezar.
NiñoCactus
Ilustración de Javier Termenón
y no dejen de visitar más maravillas suyas

martes, 8 de septiembre de 2009

¡Tachán!


El gran Mandrini pronunció las palabras mágicas, hizo un sencillo movimiento con los dedos e introdujo su mano dentro de la chistera. Por primera vez, tras quince años ejecutando el mismo truco, fue el mago, y no el público, quien puso cara de asombro: ¡no encontraba el conejo! Rebuscó, metió el brazo hasta el hombro y, después de un par de minutos palpando cada recoveco, lo sacó sin nada. Rápidamente tomó de su chaleco el Manual de emergencias para ilusionistas, y consultó paso por paso qué pudo fallar. No lo entendía. Había hecho todo de manera correcta.


Cuando los payasos irrumpieron en la pista, en un intento por salvar el espectáculo, la niña, que había salido a sujetar el sombrero de Mandrini, volvió junto a sus padres, situados en la segunda fila, y se sentó sin decir nada. Una vez terminada la función, la pequeña pidió volver a casa sin detenerse en los puestos de feria que tanto le gustaban. Al llegar, corrió hasta el comedor y, ante la atónita mirada de su familia, cogió el florero azul de la vitrina y sacó de él un precioso conejo blanco mientras, con un risita, decía: ¡Tachán!


NiñoCactus


Dibujo e inspiración: Citla

La historia de siempre

Tampoco la sirena, con sus cantos, consiguió que él se quedara.

NiñoCactus