miércoles, 10 de enero de 2007

Descubrimientos

La situación había llegado a ser desesperada. Sus ropas estaban cubiertas de sudor y de salitre, acumulados durante semanas de dura navegación. Sus cuerpos, tanto tiempo expuestos al sol, mostraban una piel morena y arrugada. Habían pasado frío y hambre, e incluso, era un secreto a voces, había existido un intento de motín. Pero ahora por fin, setenta días después de partir, las tres carabelas habían llegado a tierra.

Toda la tripulación había bajado a la playa a celebrarlo. Se abrazaban y reían. Había quienes cantaban y quienes explicaban cómo iban a contar, a su vuelta, todo lo que estaban viendo. En el centro de un corrillo, el vigía explicaba lo que había sentido al otear tierra. Todos disfrutaban de la ya casi olvidada sensación de pisar tierra firme y de haber sido los primeros en llegar hasta allí.

Con aquel descubrimiento, la tierra quedaba definitivamente redondeada. Quedaba demostrado que no había una gigantesca catarata al final del mundo por la que caían las aguas de todos los océanos. Solo, en el barco, el comandante de la expedición, lloraba decepcionado.


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