viernes, 13 de febrero de 2009

Ella lo espera todo


Ella se sienta a esperar y espera. No alza la vista a cada rato ni mira impaciente el reloj. No se levanta para otear cada uno de los horizontes que la rodean. No. Aguarda tranquila, la cara sonriente, la paz entre las manos que descansan silenciosas sobre su regazo. Espera, no sabe exactamente qué, ni cuándo o cómo le ha de llegar, pero lo hará. Nunca la vida le dio nada y está convencida de que un día le tocará a ella. Sonríe mientras permanece sentada en un banco del parque situado detrás de su casa. Vive sola. Hace tres años que murió su padre, a quien cuidaba, y no tiene más familia en la ciudad. Junto a ella pasan dos hombres. No interrumpen la conversación. Ninguno vuelve la mirada. Ella lo sabe y no le importa. Nunca fue bonita. Se le ha olvidado coger el abrigo y comienza a refrescar. Cruza los brazos y se inclina hacia delante. Todavía le queda una hora. Después subirá a preparar la cena. El cielo se va tiñendo de rojo. Éste es su momento preferido del día, justo cuando se encienden las farolas y la gente camina hacia su casa para encontrar la vida que les aguarda. A ella nadie. Por eso se sienta y espera. Y sonríe, eso siempre. Su nombre es Lucía.

Niñocactus

Ilustración de Aurora Cascudo

La Búsqueda II

Decidió investigar sobre ella, seguir su rastro, localizarla... Sólo necesitó verla una vez, sentir apenas el roce de su voz para saber que aquella era la mujer con quien deseaba compartir su vida. Como no podía abandonar sus negocios contrató a Otro para que la buscase... Y, claro, fue Otro quien la encontró.

Niñocactus

miércoles, 11 de febrero de 2009

La Búsqueda

Llevabas muerta cinco días cuando al fin te encontré. Hacía años que te buscaba incansable aún sabiendo que me podía haber llevado toda la vida localizarte. Pero necesitaba saber por qué desapareciste de pronto sin dejar rastro. No se me ocurrió otra forma para hallar tu paradero.

Como cada viernes recorrí el callejón mal iluminado hasta detenerme frente a la portezuela oxidada. Tres golpes, el pago por adelantado y la espera en la sala llena de gente. Llegó mi turno. Me senté frente a la gitana y coloqué mis manos sobre sus palmas abiertas. ¿Con quién quiere contactar?, preguntó la médium. Volví a decir tu nombre y esta vez sí hubo respuesta.


Niñocactus

miércoles, 4 de febrero de 2009

Escena

El hombre sin sentimientos estruja, con un movimiento pausado y metódico, el final de un cigarrillo contra el fondo del cenicero. Después pide la cuenta, paga los dos cafés y, con paso lento y firme, sale por la puerta sin despedirse de su acompañante.

El hueco que ha dejado tarda en adaptarse a su ausencia. Durante unos minutos, en el lugar que ocupaba los colores parecen más turbios y las fronteras que separan unos objetos de otros se antojan torpes borrones en lugar de finas líneas.

El espacio vuelve a la normalidad lentamente, al ritmo con que María recorre con sus dedos, despacio, las muescas que el tiempo ha ido dejando sobre la mesa de madera.

Trascurridos unos minutos el bar vuelve a estar en paz.

En ese momento la puerta se vuelve a abrir. El hombre sin sentimientos entra y con paso rápido y firme recorre los metros que le separan de la mesa donde estuvo sentado. Recoge una cajetilla olvidada y, sin mirar nunca a María, vuelve a salir.

Ella no lo aguanta más y, empequeñeciéndose en la silla, rompe a llorar.