jueves, 11 de diciembre de 2014

Te Quiero

Había escrito cien veces: te quiero. Al principio con caligrafía exquisita, uniendo cada letra, terminando cada línea. No había pasado de la vigésimo sexta repetición, cuando su mano comenzó a cansarse. Las formas se torcían desfigurando las palabras. Al llegar a la septuagésima, apenas se entendían aquellos garabatos. Incluso su mente trabajaba sin pensar, de forma mecánica. Antes de terminar, miró lo escrito y se le hizo un nudo en el pecho. Decidió descansar para desentumecer los dedos, y continuó con una ternura renovada. Y así, el último «te quiero» lo trazó con la misma delicadeza que la primera vez.

NiñoCactus

martes, 2 de diciembre de 2014

El Capitán Sargazo

—Tiene el mar en la cabeza —sentenciaba la tía Sonsoles al ver a su sobrino haciendo navegar una lata de sardinas en medio del campo de cebada. El viento corroboraba aquella idea moviendo las espigas como olas de un mar sembrado en medio del valle.
Nadie sabe si fue la tía Sonsoles, o el viento, o la lata de sardinas, quien empujó a Ismael hacia la costa, pero cuando el muchacho vio el horizonte, donde se fundían aire y sal, empezó a ahogarse en tierra. 
Con sus propias manos construyó un bote, tejió una vela y preparó los aparejos. Con sus propias manos arrastró la embarcación hasta la orilla y esperó. Sus pies descalzos se mojaron con el agua salada. Debía aguardar a que el océano le aceptase, a que hiciese crecer la marea para acogerle. La tarde se durmió en la arena. 
Al día siguiente, Ismael vio amanecer desde el muelle, caminó sin prisas por la playa y volvió a esperar. «El mar tiene sus tiempos», pensaba. Y el viento asentía formando remolinos. 
Dicen que, cuando llegó la hora, el barco ya estaba viejo y rodeado de sargazos secos. Ismael tenía la barba cana y la mirada azul. Para entonces, el hombre había surcado el mar innumerables veces en su cabeza, tan sólo se dejó llevar. 
El viento, compañero desde siempre, empujó su nave hacia el horizonte una última vez. 

http://guridi.blogspot.com.es/

Una historia para el juego que propone el fantástico Guridi en ¿Qué hace un hombre con una sardina en la cabeza? 
 Atrévete a escribir la tuya.

martes, 25 de noviembre de 2014

En el amor y en la muerte

Amor y muerte siempre anduvieron de la mano para Margarita, quien perdía a todos sus pretendientes nada más enamorarse. Por eso, cuando se quitaba el luto, las madres encerraban a sus hijos en casa, o los mandaban a la capital. 
—Ama con tanto ímpetu que ningún corazón puede soportarlo —decía la Remedios. 
Sólo el Rubio se atrevió a cortejarla. En el pueblo murmuraban que tenía el pecho vacío, pues de niño nunca fue capaz de reír o llorar. A éste Margarita no lo mató. Para algunos se confirmaron sus sospechas; para otros, los dos jóvenes aprendieron juntos a quererse.

lunes, 15 de septiembre de 2014

Bigotes

Cuando tomaba chocolate caliente, se le quedaba la marca, a modo de bigote antiguo. Entonces sus palabras se tornaban decimonónicas, pronunciadas con una caligrafía exquisita. Después, se limpiaba con una servilleta y volvía a ser el mismo chico sencillo.
Si la mancha era pequeña, como un pequeño mostacho rectangular, se ponía en pie lanzando frases dictatoriales. Su discurso se llenaba de mayúsculas y exclamaciones. Esas veces, era yo quien borraba rápidamente aquella sombra sobre su labio.
Más tarde, en la intimidad, le dibujaba un bigote como el de Clark Gable, y no lo hacíamos desaparecer hasta la mañana siguiente.

lunes, 8 de septiembre de 2014

El peine

Ella siempre lleva el pelo suelto, por eso los vientos se enredan entre sus cabellos y quedan cautivos. Más tarde, cuando llega a casa completamente despeluzada, la peino con cuidado. Los vientos se van soltando uno a uno; forman remolinos, arrullos, tempestades. 
Un día la estuve esperando, y al siguiente, y al siguiente también. Pero ella nunca volvió. Quizás se prendió a su larga cabellera un viento de cambio, o tal vez no necesitó peinarse nunca más.

domingo, 31 de agosto de 2014

La cantante del Jacaranda - Capítulo VI

Pero ahora ella había muerto en un absurdo accidente de tráfico, y no podía hacer nada para recuperarla.
Esta vez fue don Pedro quien entró en el bar. 
—Imbécil, mira en tu chaqueta —masculló entre dientes, y me abrazó como nunca lo había hecho. Dejó un sobre encima de la barra antes de marcharse. Yo estaba completamente borracho. 
Dentro de la carta hallé un pasaje a Argentina y una dirección, y en el bolsillo de mi chaqueta, el anillo de Marisa. 
Al fin comprendí lo ocurrido. Marisa Caldás sólo quería saber cuánto la amaba. Necesitaba no sentirse sola al dar aquel paso. Estaba en lo cierto: tenía pensado cada detalle; y me dejó una prueba para que supiese la verdad al leer la noticia. Sin embargo fui un necio y no supe verla: el cuerpo encontrado en el coche no era el suyo, se trataba de una réplica, como la alianza. 
Todavía me quedaba tiempo para intentar convertirme en algo parecido a una persona. Debía coger un barco.

jueves, 28 de agosto de 2014

La cantante del Jacaranda - Capítulo V

Durante las semanas que siguieron a aquel primer encuentro, aprovechamos el respiro concedido por sus guardaespaldas tras cada ensayo para conocernos mejor. No sólo era preciosa, también muy inteligente. Aunque lo bastante ingenua para casarse con el primer tipo con dinero que le prometió convertirla en estrella. 
Él se había mostrado cariñoso y comprensivo mientras duró el noviazgo, pero las cosas cambiaron después de la boda. La obligó a romper con todas sus amistades, y le prohibió hacer cualquier cosa sin su consentimiento. Si intentaba hablarle de sus ganas de cantar recibía una paliza. «Así te purificas de tu soberbia», le decía. Su esposo sólo era un bastardo bien vestido. 
Una vez intentó escapar a América. La apresaron en el barco justo antes de zarpar. En esa ocasión necesitó asistencia médica, estuvo a punto de morir por los golpes recibidos. Después de ese incidente había intentado quitarse la vida en varias ocasiones. Presionado por las circunstancias, Rodrigo de Viedma acabó cediendo y le dio su aprobación para actuar en el club. Pero solamente allí. 
—Gustavo, necesito que me mates —dijo una noche. Al ver mi gesto confundido me pidió ayuda para desabrocharse el vestido. Un hematoma recorría su costado derecho. 
—A quien voy a matar es al cabrón de tu marido —le contesté. 
—Nunca lo conseguirías. Acabarías con una bala en la cabeza antes de haberte acercado lo suficiente. 
—No me importa —respondí en plena agitación. 
—Pues si no te importa morir por mí, haz el favor de escucharme. 
Tenía pensado cada detalle. El doctor que le había salvado la vida una vez le prometió certificar su defunción. Yo sólo debía declararme culpable, y ella sería libre para huir. Nadie la buscaría. Estaba firmando el consentimiento de mi pena de muerte pero me daba igual. 
Su vestido terminó de deslizarse por su cuerpo y se acercó a mí. Aquel beso valía el sueño eterno. Después comenzó a quitarme la ropa. Debió de ser entonces cuando introdujo su alianza en el bolsillo de mi chaqueta sin que yo me enterase.

martes, 26 de agosto de 2014

La cantante del Jacaranda - Capítulo IV

Al entrar aquella tarde en el Jacaranda me sentí como quien regresa al hogar. En el fondo era así: don Pedro se había convertido en mi única familia cuando mis padres murieron. Él me sacó de la calle, me enseñó a tocar el piano, y me dio trabajo en su local. Así me tenía controlado y evitaba mi tendencia a meterme en líos. 
Me presentaron a Marisa Caldás una hora antes de abrir las puertas del club. Disponíamos de poco tiempo de ensayo, y no pudimos hablar hasta finalizarlo. Mis manos volaban por encima de las teclas buscando arpegios imposibles capaces de arropar su voz, pero ella se empeñaba en desnudar cada nota, excitando mis oídos.

Si piensas que fue el azar 
Quien nos ha unido esta noche 
Te volviste a equivocar. 

—Nunca recibo a los admiradores antes de haber actuado —me dijo cuando intenté colarme en su camerino antes de la función. 
—Ni yo pido permiso para nada —le respondí inclinando cortésmente la cabeza. 
—Me he fijado en cómo me miraba hace un momento en el escenario. 
—No se preocupe. Sólo quería asegurarme de que no perdiese el ritmo. 
No pudo evitar sonreír. 
Esa noche se completó el aforo, sin embargo no se escuchaba ni un solo ruido. Los asistentes estaban hipnotizados: ni un carraspeo, ni una tos. Habría pensado que tocaba sin público de no haber sido por los aplausos.

domingo, 24 de agosto de 2014

La cantante del Jacaranda - Capítulo III

Un año después de perder el trabajo me localizaron en “mi oficina” rematando el segundo güisqui. El camarero señaló el final de la barra, allí me encontraba yo, como siempre. Al menos el bar estaba más limpio que mi habitación de la calle Hortaleza, y mejor iluminado.
—¿Gustavo Camargo?
Hacía un mes que no escuchaba mi nombre y resultó un tanto extraño oírlo en boca de un par de desconocidos. Debieron de aceptar mi silencio como una afirmación y siguieron hablando:
 —Nos envía don Pedro Aparicio. Quiere que toque esta noche en el Club Jacaranda.
—El viejo Pedro... La edad está afectando a su memoria. Fue él quien hizo que me echaran a patadas a la calle: «O dejas de beber, o no vuelves a tocar para mí». Eso me dijo, y una costilla me lo recuerda cada vez que cambia el tiempo. No sé si se han fijado pero esto no es un zumo de manzana precisamente.
Intenté reírme, aunque sólo conseguí un ataque de tos. Saqué un cigarrillo y lo prendí.
—Hoy actúa Marisa Caldás.
«Viejo cabrón, algo tramas», pensé. Aquellos dos petimetres habían acabado de dar toda la información y salieron del bar sin despedirse. Aún me quedaba tiempo para intentar convertirme en algo parecido a una persona.

jueves, 21 de agosto de 2014

La cantante del Jacaranda - Capítulo II

Recuerdo, como si fuese hoy, la primera vez que escuché la voz de María Caldás. Era mi día libre y estaba acodado en la barra del Jacaranda. ¿Por qué iba a pensar en irme a otro lado? Probablemente se trataba del mejor club de la ciudad, y la bebida me salía gratis. Durante el descanso del espectáculo, anunciaron a una desconocida en el escenario. Ni me molesté en mirar. A fin de cuentas, todas son iguales, o eso pensaba. 

Nadie enseña a enamorarse 
Y nada hay más peligroso 
Que querer morir de amor... 

Su canto, roto y triste, acariciaba el aire clavándose en el alma. Me hallaba completamente enajenado, cuando la voz grave de don Pedro, el dueño del Jacaranda, me devolvió a la realidad. 
—Olvídate de ella. Es veneno. 
—También los cigarrillos y fumo dos paquetes al día —contesté apurando el que tenía entre los dedos. 
—Pero éste mata más rápido. 
Mientras lo decía señaló a tres hombres vestidos de negro situados al fondo del escenario. No le quitaban un ojo de encima. Trabajaban para Rodrigo de Viedma, su marido, y se encargaban de custodiarla a todas horas. Al parecer su matrimonio era una condena con pequeños momentos de libertad vigilada. Aquellos tres armarios no dejaban acercarse a nadie a más de dos metros de ella. Esa noche, la pareja celebraba su aniversario, y su marido le había permitido cantar en su honor. 
—Camargo, deberías intentar que alguna mujer te durase más de un par de caladas —dijo don Pedro al verme encender otro pitillo. 
—¿Para qué? ¿Acaso las dos primeras no son las que mejor saben? —pregunté paladeando el sabor del humo en mi boca. 
—Te lo estoy diciendo en serio, Camargo. Vete antes de arrepentirte. 
Pero no me fui. Permanecí inmóvil, dejando a la voz de Marisa Caldás tatuarme toda la piel. 
Después de ese día intenté buscarla sin éxito por Madrid. Se había evaporado. Mi obsesión por localizarla desaparecía sólo después de la tercera copa. Aquel alivio pasajero acabó firmando mi carta de despido.

martes, 19 de agosto de 2014

La cantante del Jacaranda - Capítulo I

Ella estaba muerta, y lo peor de todo: no la había matado yo. 
La noticia ocupaba una página de la sección de sucesos, y contenía parte del informe de la Policía. Pero a los periodistas les importaba una mierda que Marisa Caldás hubiese fallecido. No aparecía su nombre ni una sola vez a lo largo del artículo. El protagonismo se lo llevaba su marido, Rodrigo de Viedma, dueño de la mitad de los hoteles de lujo de la costa de Andalucía. Uno de los hombres más ricos del país, y ahora viudo. El coche, conducido por la señora de Viedma, ¡cretinos!, había sido encontrado a cien kilómetros de Madrid, en la carretera de La Coruña. La foto mostraba el Hudson Sedán de color crema convertido en un amasijo de chatarra. El cuerpo irreconocible de la joven fue identificado gracias a la alianza. Cerré el periódico con violencia y lo lancé sobre la mesa. 
¿Por qué lo hizo? ¿Por qué había intentando huir si estaba todo planeado?

domingo, 15 de junio de 2014

Sin ton ni son

El orientador del colegio de su hijo le recomendó que, para mejorar la relación con su hijo, le contará cuentos sin ton ni son. 
Tres meses después la relación había mejorado significativamente. Eso sí, ahora el niño quiere que su primer hijo se llame Delosfilisteos en honor al santo más heroico de todos los tiempos y cree firmemente que, cuando se le cae un diente, viene a traerle dinero un dios egipcio extrañamente emparentado con los vecinos del 5º E. 
Ning1

martes, 27 de mayo de 2014

Ecosistema

Tras ignorar durante años las reiteradas quejas expuestas por diferentes asociaciones vecinales, el Ayuntamiento decidió tomar medidas para atajar la plaga de palomas que infestaba la capital. 
Algunos ancianos aprovecharon esos días para despedirse de ellas, y lanzarles sus últimas migajas de pan antes de que una empresa privada capturase a las molestas aves y las trasladara hasta un pueblo abandonado lejos de la urbe.
Felices por la desaparición de excrementos y plumas, los habitantes reemprendieron su rutina diaria sin percatarse de las nuevas criaturas que comenzaban a ocupar el espacio desalojado. Al principio, instaladas únicamente en las iglesias, pasaron desapercibidas mientras su número aumentaba de forma considerable. Pero con el paso de los meses, invadieron también las cornisas de edificios aledaños. 
Resultaba imposible alzar los ojos sin sentirse sobrecogido ante la visión de todas aquellas gárgolas, que campaban a sus anchas en los tejados con actitud amenazante. Ya nadie se atrevía a pasear después del atardecer, y la mayoría de la gente se desplazaba protegida en el interior de sus vehículos por miedo a ser atacada. 
Cuando los grotescos seres abandonaron sus posiciones y descendieron hasta el suelo, cundió el pánico. Un gabinete de crisis constituido por tres biólogos, cuatro arquitectos y un sacerdote, decidió que la única manera de resguardar a la población era evacuando la ciudad. La elección del nuevo destino se realizó estudiando las circunstancias que desencadenaron la epidemia. No hubo ninguna duda al respecto: su futuro hogar estaría poblado por majestuosas palomas. 

NiñoCactus

sábado, 26 de abril de 2014

Augurios

Exposición en la Sala Unamuno de Salamanca organizada por Zinc Espacio Emergente en la que puse palabras a unas inspiradoras imágenes de Sandra García.




Figuras serenas, contemplativas, esperando echar raíces, si quieres que alguna crezca en tu casa escribe aquí: sandra@sandragarcia.es
 
Sandra y NiñoCactus

domingo, 20 de abril de 2014

Vida de pueblo

Del tortazo, se me cayeron las galletas.
—¡Al menos no te vio el abuelo! Menuda decepción enterarse de que su nieto es incapaz de ayunar el Viernes Santo.
Poco más tarde, mi abuelo entró a hurtadillas en la habitación con dos magdalenas.
—Pero que no se entere ella...

NiñoCactus

lunes, 6 de enero de 2014

Siete segundos (¡Siete años de blog!)

 
De pequeño, Sergio pasaba tardes enteras mirando el reloj de pared colgado en el salón de sus abuelos. Le hipnotizaba el movimiento de su péndulo, y acababa acompasando el tic-tac de aquel mecanismo con el latir de su corazón.
 —Abuelo, ¿se puede parar el tiempo? —preguntaba al acercarse la hora de marchar.
 —El tiempo no se detiene nunca. Algunos consiguen transformarlo, pero la mayoría de la veces es él quien nos cambia a nosotros.
A pesar de la respuesta, Sergio seguía mirando fijamente el segundero, y se concentraba para tratar de frenar su curso. Una tarde puso tanto empeño que logró hacer retroceder la aguja siete segundos. El niño gritó de alegría, sin embargo nadie pareció darse cuenta de su éxito.
Un día, años después de olvidar aquel anhelo infantil, volvió a fijarse en el reloj. Ya nadie le daba cuerda y el segundero permanecía inmóvil. Estaba tan lleno de polvo que, al ponerlo de nuevo en marcha, le hizo estornudar.
Entonces, recordó las palabras de su abuelo: «Algunos consiguen transformarlo». El tiempo, él pintaría el tiempo de colores.
Sus amigos se rieron ante semejante idea.
—¿Pintar el tiempo de colores? —le dijeron—. Menuda tontería, si no se ve.
Y Sergio, moteando de amarillo las horas más oscuras de la noche, coloreando de rojo los días más fríos del invierno, y tiñendo de violeta los atardeceres, susurraba a su pincel.
—No se ve, pero se siente.

NiñoCactus


¡Un año más!  
Y seguimos disfrutando de compartir cuentos.
¡GRACIAS POR ESTAR!