jueves, 11 de junio de 2009

La Canción de Aleksandar

El día que el abuelo Rodion me regaló su trompeta me dijo que no había nada que fuese imposible.

- No lo olvides, Aleksandar: si lo deseas con fuerza, podrás, incluso, cambiar el mundo.

Yo no sabía qué hacer con una trompeta que no podía tocar. Y tampoco por qué tenía que desear que el mundo fuera diferente. Así que decidí aprender música.

Tenía tantas ganas de arrancar una canción al viejo instrumento, como de hacerme mayor. Pero mi impaciencia se vio contenida por la tranquilidad del profesor Kilar, que andaba, hablaba y pensaba con la velocidad de una tortuga milenaria.

Lo primero que hizo, cuando nos conocimos, fue sonreír. Luego, me midió los dedos comparándolos con los suyos ya arrugados. Y, por último, me hizo una señal para que lo siguiese, y caminó hacia la sala de estudio.

-Todo en ti es ritmo, Aleksandar: los latidos de tu corazón, tu forma de caminar, cada bocanada de aire que tomas al respirar... Llevas una canción dentro de ti. Tienes que encontrarla y dejar que brote.

Al principio, pensé que era yo el que estaba desafinado, y apretaba los dientes al escuchar los chirridos que producía.

-Sólo quiero tocar una nota bien -pedía cada noche al acostarme-, sólo una.

Una mañana salieron tres de golpe. La música comenzaba a nacer.

En ese momento comprendí lo que me dijo mi abuelo: que no había nada que no pudiese alcanzar. Pero, por desgracia, también descubrí que, a veces, a uno le gustaría que el mundo fuese distinto. Una tarde, dos chicos del barrio me robaron y me dieron una paliza. Toda mi rabia se ahogó entre mis lágrimas. Sentí vergüenza por no haber podido defenderme.

Algo se me rompió por dentro, y no me dejaba dormir por las noches. Me daba pánico la oscuridad. Fue la música la que, poco a poco, fue actuando como un bálsamo. Las notas me envolvían como un abrazo, y me hacían olvidar lo sucedido. El mundo, mi pequeño mundo, volvía a ser como antes.

El problema era que el mundo, el grande, había empezado a volverse loco. Un día estalló la guerra, y todo cambió.

El ruido llenaba la ciudad, y de no haber sabido cómo eran las cosas antes de aquellos días, habría pensado que no se podía hacer nada.

En medio de aquel alboroto encontré la canción que se escondía dentro de mí. Mi canción era una música más fuerte que el ruido de la guerra. Una canción que creía que no había nada inalcanzable y que otro mundo era posible.

Empecé a tocar para las personas que estaban sufriendo a mi alrededor. Sólo quería aliviar su tristeza. Gracias a mi trompeta sonreían de nuevo, y yo sentía que ganaba una batalla. Y luego otra, y otra más...

Ésta es la historia chiquita de mi canción. Ésa que me regaló mi abuelo el mismo día que me entregó su vieja trompeta.


NiñoCactus

4 comentarios:

Der Kleine Zürcher dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Der Kleine Zürcher dijo...

Mientras lo leía, he podido sentir la fuerza de la música de la trompeta de Aleksandar en mi interior :-)
Una excelente manera de empezar el día.
Muchas gracias, Sr NiñoCactus

belula dijo...

Que la música siga sonando!!!

Atenea dijo...

He reconocido al profesor, es como mi profesor de piano. Es la tranquilidad en persona. Pero la hora en que me ofrece sus conocimientos, se me pasan volando, un instante, un mini segundo. La música me envuelve y me hago parte de ella.

Que maravilla. Besos