–¿Pero cómo
vas a querer tú una princesa? Si eres un guisante –le dijo su madre al pequeño
Gonzalo cuando salió de la vaina donde dormía.
–Pues la
quiero –respondió. Y se fue a desayunar sin dar más explicaciones.
Como era fin
de semana, y no tenía colegio, Gonzalo se pasó dos días enteros leyendo libros
de hadas. Necesitaba saber qué le gusta a una princesa, pues ese es el primer
paso para enamorar a una chica. Pero lo que encontró no sabía si le gustaba a
él.
Por un lado, las
princesas esperaban a un príncipe azul y él, como todos los guisantes, era
bastante verde. Sin embargo, si aguantaba mucho la respiración, pero mucho,
mucho, lograba un color violáceo tirando a azul. Y, para no correr el riesgo de
asfixiarse, siempre le quedaba la opción de usar un tinte, o buscar a una
princesa daltónica.
Por otro lado,
y esto era un problema, las princesas andaban siempre metiéndose en líos: que
si las secuestra un dragón, que si las hechiza una bruja malvada, que si se
caen a un pozo, que si las envían a la otra punta del mundo... En definitiva,
ya podía olvidarse de una vida tranquila y apacible. Un rollo.
Además, toda
princesa que se precie tiene una laaaarga fila de pretendientes, a cada cual
más apuesto y osado. Él era muy mono, su abuela se lo decía cuando iba de
visita, pero no sabía si tanto como para sobresalir entre todos aquellos
príncipes montados a caballo. Aunque él estaba aprendiendo a domar saltamontes
y, con un enorme salto, podía pasar por encima de los demás.
Tampoco podía
olvidarse del padre de la princesa. Y es que los reyes siempre andan poniendo
condiciones absurdas y pruebas imposibles para evitar casar a sus hijas. Al
menos en eso tenía alguna opción, porque siempre vencía quien menos se
esperaba. Y, ¿alguien pensaría que un guisante lograría realizar aquellas
proezas? Nadie.
El caso es que
cada vez le convencía menos encontrar a una princesa remilgada y cursi. Solo
encontraba pegas. Muchas. Y no estaba nada, nada seguro.
–Mamá –le dijo
el domingo por la noche antes de ir a la cama–, tenías razón con eso de las
princesas...
–Si ya te lo
decía yo... ¿Cuándo me vas a hacer caso?
–Yo lo que
quiero es una giganta. Es mil veces mejor. ¡Dónde va a parar!
NiñoCactus
Se inaugura un blog lleno de guisantes y papeles.
¡No se lo pierdan!
Gracias Luis por confiarme el primer cuento.
12 comentarios:
Ja, ja, que bueno. Me ha gustado tanto tu texto como el bonito dibujo de Luis. Felicidades.
Pues mira tu que yo había imaginado otro final. ¿Recuerdas el cuento de "La princesa y el guisante"?. He ahí un guisante que logró meterse en la cama con una, salvando la montaña de colchones que había entre ellos, claro.
Como tiene que ser, claro que sí. Donde se ponga una guisanta que se quite una remilgada princesa, para eso están los sapos.
Muy bueno, tu cuentito y el dibu.
Saludos.
Ya le dije donde Luis. Me encantaron texto y dibujo. Es un guisante valiente, con el que soñamos todas, princesas y gigantas.
Besos para los dos,
Me ha encantado y el final perfecto.
Preciosa ilustración. Enhorabuena a ambos.
Besos desde el aire
Precioso y divertido.
A cada línea mi sonrisa se hacía mayor. ¡Qué divertido, ingenioso y sorprendente! Este blog tiene una frescura que nunca decepciona. Es cualquier cosa menos convencional.
Precioso el dibujo también.
Abrazos.
Muy divertido e igenioso tu cuento, me encanta. Y esa ilustración es para sonreir.
Besitos
Precioso texto y preciosa ilustración! Me ha hecho sonreir. Un abrazo!
Amigo guisante, me ha gustado mucho su historia. Yo creo que las clases sociales están por algo, pero también creo que soñar es importante y que a veces uno puede saltarse la clase social (ya sea por méritos propios, o por haber domado un potente saltamontes). Aprovecho para comentar que adoro el dibujo del guisante. ¡Dan ganas de hacerse una preciosa alfombra con esa deliciosa ilustración!
ojalá encuentre su giganta ideal :)
felicidades me encantan los anticuentos, es decir los cuentos contados por la otra o por el otro protagonista de la historia, me repito ... felicidades.
Publicar un comentario