Como
todos los niños, Camilo pensaba que su madre era la mejor del mundo. Y así lo
decía:
–Mi mamá es la
mejor. –Después hacía una pequeña pausa para terminar añadiendo–. Si fuese de
chocolate, sería perfecta.
Pero eso
tampoco le preocupaba demasiado, porque no conocía ninguna mamá de chocolate,
ni de gominola, ni siquiera de natillas con galleta. Así pues, su madre seguía
siendo la mejor del mundo.
Un tarde se
paró frente al escaparate de la pastelería más increíble de toda la ciudad. Allí,
entre todos los pasteles, tartas y caramelos, había un anuncio donde se leía:
“Hacemos de chocolate lo que usted quiera”. Camilo abrió los ojos como platos.
Miró el cartel, luego miró a su madre, luego el cartel otra vez, luego los
donuts de colores, y por último la puerta de la tienda.
–¿Entramos?
¡Por favor, por favor, por favor! –le pidió a su madre tirándole del vestido.
Dentro
olía de maravilla. Tanto que Camilo casi se olvida de por qué estaban allí. Lo
recordó en seguida al ver las cajas de trufas sobre el mostrador.
–Me
gustaría hacer a mi mamá de chocolate –dijo carraspeando un poco.
–Por
supuesto –le respondió un viejecillo–, pero tardaré al menos dos horas. ¿Te
importaría esperar?
Y
a Camilo no le importó.
De
vuelta a casa, el niño recorrió todo el camino abrazado a su madre. Daba gusto estar
cerquita de aquel aroma tan delicioso. Y, además, todavía guardaba un poco el
calor. No se separaría nunca de ella, se dijo Camilo. Pero su padre pensaba de
otra manera, y esa misma noche le mandó a dormir a su cuarto.
–Ya
eres demasiado mayor para dormir en la cama con nosotros.
Y
cuando su padre decía algo, era mejor no hacérselo repetir.
Camilo
estaba tan contento con su mamá de chocolate que iba con ella a todas partes. Paseaban
por la plaza, daban vueltas por el parque, patinaban por el carril bici... Y
sonreía al ver al resto de niños mirarle con cara de envidia.
Sin
embargo, existía un inconveniente terrible que Camilo no tuvo en cuenta al
principio. Pronto le entraron ganas de darle un muerdecito a su madre para ver
cómo sabía. Y claro, eso no podía hacerlo.
Cada
día le entraba más hambre, y sus tripas rugían sin parar. Hacían tanto ruido
que no le dejaban ni ver la tele. Hasta necesitaba dormir con tapones del
escándalo que montaban.
–Por
mordisquearle una uña no pasará nada –pensó una mañana.
Y
ese fue su error. Porque después de la uña siguió con el dedo, y no paró hasta
terminar con todo. Si le preguntasen, diría ese que era el chocolate más
delicioso del mundo.
Pero
como había comido demasiado, al rato comenzó a dolerle la barriga. Y lo peor
era que, por glotón, ya no podía llamar a su mamá para que le curase.
NiñoCactus
Cuidado con la ilustración de Luis Rincón:
se les hará la boca agua.
9 comentarios:
¡Felicidades a todas las mamás!
Y a la mía, que es la mejor, más felicidades todavía.
Besetes de chocolate
Un cuento precioso para un día perfecto. La ilustración de rechupete...
Besos desde el aire
Gracias Alberto
Hoy que estoy retomando mis paseos por vuestros blogs me encuentro este cuentecito delicioso... aunque para mi gusto tiene un final un poco triste ;-)
Besos para ti también
Un cuento precioso, aunque espero que mi hija no encuentre esa pastelería...
Besitos
Delicioso, (yo a la mía también me la comería a veces, jajaja...)
Mmmmm, Luisito está poniendo el listón muy alto con sus ilustraciones. Son preciosas.
Es cuento delicioso, no por el sabor a chocolate que desprende, si no porque deja como los buenos cuentos, una moraleja y para mí es: Si a alguien queremos como es, mejor no cambiarlo.
Me gustó y es un gran homenaje a las madres.
Saludos.
Siempre hay un día en el que llueve chocolate. Ya lo sabía, pero hoy me ha quedado más presente aún.
Un saludo.
ay! yo tampoco podría hacer a mi madre de chocolate porque si aunque es de carne a veces me entran ganas de comérmela...
Este estilo, el de las dos últimas entradas, es nuevo y me gusta también mucho, NiñoCactus.
Abrazos.
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