jueves, 28 de febrero de 2013

La última palabra

Gonzalo Barriuso comenzó a madrugar justo después de jubilarse. Hasta entonces, siempre había rezongado cuando sus obligaciones le forzaban a levantarse pronto. Sin embargo, la ociosidad le descubrió uno de los mayores placeres de la vida: los crucigramas.
Le encantaba entrar en la cafetería situada debajo de su casa, y resolver el pasatiempo del periódico. Su mejor marca era de siete minutos y quince segundos. No se le resistía ninguno: primero las horizontales y luego las verticales. Siempre en ese orden. Después, guardaba el paquetito de azúcar, que nunca usaba, en su bolsillo derecho, sacaba un monedero de piel de su bolsillo izquierdo, pagaba la cuenta, y seguía su ruta. Es necesario añadir que su satisfacción se colmaba solo cuando descubría crucigramas incompletos en otros bares. Profería, entonces, unos grititos de felicidad, disimulados por una tos falsa.
Una mañana, Gonzalo Barriuso tuvo que pedir un segundo cortado mientras escudriñaba nervioso la definición del ocho vertical. A primera vista era sencilla, sin embargo no encontraba ningún sinónimo concordante para las casillas y letras ya existentes. Cuando iba por el sexto café se dio por vencido. Ni siquiera se atrevió a entrar en otra cafetería por temor a descubrir alguno completamente resuelto. Habría sido demasiado humillante.
Al día siguiente, el diario publicó la fe de erratas del crucigrama, pero Gonzalo Barriuso nunca lo supo, pues ya había recuperado su antigua costumbre de remolonear en la cama. A caballo viejo, se dijo, no le cambies el camino.

NiñoCactus

4 comentarios:

Amando García Nuño dijo...

Mucho mejor imaginar verticales y horizontales en la cama, que andar coleccionado azucarillos por los bares. Las erratas del destino siempre son oportunas. Bien dominado el ritmo del relato, como es habitual en ti. Salud-os

Puck dijo...

Pequeños errores que pueden tener grandes efectos. Me gusta la fluidez del relato.
Un saludillo

Ester dijo...

Cuanto tiempo desde la última vez, pero ha merecido la pena, una historia como la del que leía el periódico de ayer y no se enteró de que publicaron su esquela.
Saltos y brincos.

anis dijo...

cuánto hacía que no os visitaba... incluso habéis cambiado de imagen... :)
en cuanto a este post, diré: qué raritos somos todos, con esas pequeñas manías y placeres
Un abrazo