
Niñocactus
Llevabas muerta cinco días cuando al fin te encontré. Hacía años que te buscaba incansable aún sabiendo que me podía haber llevado toda la vida localizarte. Pero necesitaba saber por qué desapareciste de pronto sin dejar rastro. No se me ocurrió otra forma para hallar tu paradero.
Como cada viernes recorrí el callejón mal iluminado hasta detenerme frente a la portezuela oxidada. Tres golpes, el pago por adelantado y la espera en la sala llena de gente. Llegó mi turno. Me senté frente a la gitana y coloqué mis manos sobre sus palmas abiertas. ¿Con quién quiere contactar?, preguntó la médium. Volví a decir tu nombre y esta vez sí hubo respuesta.
Niñocactus
El hueco que ha dejado tarda en adaptarse a su ausencia. Durante unos minutos, en el lugar que ocupaba los colores parecen más turbios y las fronteras que separan unos objetos de otros se antojan torpes borrones en lugar de finas líneas.
El espacio vuelve a la normalidad lentamente, al ritmo con que María recorre con sus dedos, despacio, las muescas que el tiempo ha ido dejando sobre la mesa de madera.
Trascurridos unos minutos el bar vuelve a estar en paz.
En ese momento la puerta se vuelve a abrir. El hombre sin sentimientos entra y con paso rápido y firme recorre los metros que le separan de la mesa donde estuvo sentado. Recoge una cajetilla olvidada y, sin mirar nunca a María, vuelve a salir.
Ella no lo aguanta más y, empequeñeciéndose en la silla, rompe a llorar.