martes, 4 de diciembre de 2007

Viajes Pendientes

Aquella mañana le sorprendió de nuevo el ruido de la estación. Llevaba diez años viviendo en la misma casa y ya, durante el primero, había dejado de oír los trenes. Bajó las escaleras de dos en dos con la curiosidad despabilándole las legañas. Quería ver a los pasajeros. "¿Quién sabe?", pensó.

Al llegar, el andén estaba vacío; sólo una mujer, arrugada por la edad, permanecía sentada en uno de los bancos de hierro. "El tren de las 8,15 se suprimió hace algo más de tres años", le indicó extrañado el empleado de información. No pudo evitar reírse con ganas mientras salía por la puerta. "La pequeña aventura del día", se dijo.

A la mañana siguiente le despertó de nuevo el traqueteo del ferrocarril. Miró el reloj: las 8,15 h. Compró un café para llevar en la cafetería de la estación y caminó hacia las vías mientras daba pequeños sorbos. En el mismo banco, la misma mujer y la misma postura. Parecía una de esas estatuas de bronce. Se acercó para preguntarle si necesitaba algo. Ella le sonrió y le hizo un ademán para que se sentase a su lado. Cuando lo hizo le explicó que llevaba años yendo cada mañana para coger ese tren. Años pensando en escapar de su vida, de su marido, del alcohol y las palizas. Pero cada día veía cómo se marchaba y, con él, un pedazo de sus sueños e ilusiones.

"Y ahora ya ve, mi marido ha muerto y me gusta venir para recordar el lugar donde dejé marchar mi vida tren tras tren. ¿Quién sabe? Quizás algún día me decida a ir allá donde acabaron mis esperanzas, al otro lado de estos raíles..." Mientras hablaba sacó del bolso un papel amarillento en el que apenas se podía leer ya la tinta. "Una vez hasta me atreví a comprar un pasaje, fíjese. Pero en el último momento..." Él lo cogió entre sus manos. "Tal vez este billete aún le sirva. Quizás aún conserve la fuerza que la movió a comprarlo."

"Tal vez...", respondió.

Esa noche apenas pudo dormir y llegó antes de tiempo a la estación. Compró dos cafés y se dirigió al banco en busca de la mujer. No estaba allí. Se sentó pensativo. Al rato, el chirrido de unos vagones que comenzaban a moverse le sacó de su ensimismamiento. Eran las 8,15 h. Se puso de pie y agitó la mano despidiéndose.


Niñocactus

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bien. Me ha interesado mucho el cuento.
No he podido evitar el pensar si no sería la vecina que, finalmente, había decidido buscar nuevos vecinos

Alberto dijo...

Un buen relato!!
;-)

Feliz fin de semana.

Potter dijo...

Que cuento tan bonito, me gustó mucho,a veces yo me siento así, no se si aun no he dado el paso a la aventura o si ya la estoy viviendo. Eres genial, siempre me dejas pensando. Take care!

Rayuela dijo...

Genial, sin duda. En eso ando yo ahora, debatiendome si tomo el tren o no.